libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
C. CLICS, TIPS ZOOHUMANOS
• Un naturalista descubrió en los mandriles un lenguaje peculiar: agudos
gritos de alarma, alaridos placenteros, gruñidos de dolor o disgusto,
cuchicheos alegres, lamentos condolientes por sus muertos, gemidos de
terror, voces convocantes para la acción y un susurro nocturno apagado y
continuo muy parecido al habla humana. Un nativo ratificó su sospecha:
“los mandriles pueden hablar pero no lo hacen delante de los hombres
por miedo a ser explotados por éstos”.
• Definiciones de Ambrose Bierce en su “Diccionario del diablo”:
comestible: bueno para comer y sano para el organismo, como lo es un
gusano para un sapo, un sapo para una serpiente, una serpiente para
un cerdo, un cerdo para un hombre y un hombre para un gusano”…
Hombre: su principal ocupación es el exterminio de otros animales
incluyendo los de su propia especie”… Si quieres, confía en la pata de
conejo, pero recuerda que no sirvió de nada al conejo”.
• “Entre los animales que la naturaleza creó, sólo el hombre llora, sólo él
es ambicioso, sólo él es soberbio, sólo él es avaro, sólo él es supersticioso
y sólo él desea vivir mucho tiempo y hacer la sepultura en que ha de
enterrarse”, señalaba el naturalista latino Plinio el Viejo. “(…) es el único
que bebe sin tener sed, come sin tener hambre y habla sin tener nada que
decir”, agregaba el escritor estadounidense John Steinbeck en su libro
“Las uvas de la ira”.
• La escritora española Rosa Montero nos habla sobre “eufemismo
cinegético y piezas abatidas”, es decir, “animales reventados, destripados,
atravesados; con plomo en alas, barriga y cabeza; con un ojo vaciado, una
pata amputada o la espina dorsal destrozada. Cierto, no son más que unas
pobres bestezuelas, pero sumadas, una a una, acumulan una cantidad de
dolor y muerte impresionante” y de vergüenza propia, agregaríamos.
• Después de la larga cabalgata del mediodía, observamos esa noche el
“rostro” de un caballo triste y cansado, pensando quizás en su tibia
pesebrera. Esperaba a un ebrio jinete que cortejaba a una damisela. Fue
entonces cuando entendimos aquella frase cursi que tarareábamos de
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