libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
un Estado asistencialista y patriarcal ni la consideración lastimera de sus
estudiantes.
Su actitud de desapego parte de una premisa clara: muchas veces los
criterios de verdad o la balanza justiciera no estarán de su lado. El educador
prepara a su gente en el amor a la libertad para que sean mejores que él, para
que sepan más que él, para que vivan con mayor solvencia, independencia
y plenitud. La tarea educativa es perentoria e impostergable en un mundo
pseudo-paradigmático, oprobioso y destructivo. Tenemos que educar contra
esas circunstancias odiosas y adversas. No podemos esperar que el mundo
sea bueno para formar en la convivencialidad, la tolerancia y la solidaridad.
Hay que formar en principios y valores para ser cada vez mejores en
un mundo reacio al crecimiento moral y espiritual de los seres humanos y,
a través del esfuerzo cotidiano, transformarlo, hacerlo más aceptable, más
humano. El maestro prefiere desenvolverse en medio del desencuentro y el
vértigo que producen la soledad pedagógica en la cual vive inmerso, riesgo
que deprime y que a veces se confunde con el miedo. Ese lobo estepario
se niega muchas veces a ir encadenando renuncias y negaciones que lo
adaptarían a un stablishmen y lo atarían el reino de la mismidad.
El maestro ha comprendido que crecer significa deconstrucción,
desaprendizaje y esa incesante búsqueda por hallar un punto de equilibrio
entre la libertad, la felicidad y la seguridad. La ayuda lúcida, oportuna,
compasiva (compartir pasión) y desinteresada de un maestro es una
experiencia humanista, regocijante y gratificante que estimula el desarrollo
de su calidad humana. Cada acto bondadoso, compasivo y compresivo en
el que se ve involucrado, es una contribución a la paz y a la construcción de
oportunidades de futuro, elementos vitales que lo unen a su gente y a la vez
lo liberan y lo hacen estar “en un nosotros fuera de nosotros”.
Un maestro consciente de su rol como trabajador del conocimiento
sabe que somos el resultado de nuestros pensamientos y que actuamos
dependiendo del que tenemos. Así es cómo filtramos la realidad que
experimentamos consuetudinariamente. Esa elaboración mental y muy
singular depende de unos imperativos categóricos forjados por estereotipos
culturales familiares o sociales. Muchos docentes se preguntan para qué se
esfuerzan en educar en la tolerancia y la solidaridad, si después de todo, sus
pupilos van a crecer en una sociedad en la cual hay violencia y desarraigo.
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