libro voces de la otredad

Pedagogía del Conflicto y Cultura de Paz
Nicolás Putin, el Dalai Lama y Barack Obama, son algunas figuras icónicas
que le apostaron al mundo delirante y fantasmagórico de la celebridad y a las
trapisondas propias de la política como espectáculo voyerista.
Con un poco de pesadumbre e incredulidad recorremos los apotegmas
de Robert Greene (“Las 48 leyes del poder” y “El arte de la seducción”)
e intentamos delinear la escabrosa orogenia política de nuestros días. Los
insultos, intrigas y agresiones de toda clase llenan con su desenfrenada
y claroscura absurdidad, el vacío y la nimiedad propositiva de líderes,
plataformas, foros y programas. Van tomando cuerpo y forma los axiomas
de este psicólogo estadounidense de origen judío quien devela con sus sutiles
ironías, el banal y oropélico mundo de la pasarela, el glamour y el cotilleo
electoreros.
Impresionar, complacer, fingir, adular; ser flexible, ambivalente, amorfo,
misterioso e impredecible; combinar la hipocresía, el temor y la avaricia con
la sinceridad, la audacia y la generosidad; manejar el arte de la intriga, la
ubicuidad y oblicuidad; mantener la confusión, controlar el disenso, dividir
y reinar; desconcertar (“si no los logras convencer, confúndelos”); llamar la
atención, huir del anonimato sin perder el “sin-sentido común”; entusiasmar
apelando al egoísmo más que a la compasión y la gratitud; mostrarse como
amigo para espiar los pasos del otro; saber cuándo alejarse (“la escasez de un
recurso incrementa su valor”)…
Convertir la capitulación y las alianzas en instrumentos de poder; confundir
la genialidad con el esfuerzo y la perseverancia; encandilar con el fuego
fatuo de la imaginería y el fetichismo; ser excéntrico, patético, hiperbólico
y dramático; dar testimonio ejemplar de higiene, eficiencia y corrección;
aparentar solvencia, veteranía y sobradez (“lo que no se ve, no cuenta”),
sin olvidar la exageración gestual, la espectacularidad, el aparente dominio
y la grandilocuencia; dejar las “mañas” para los asistentes y los gerentes
de campaña; jugar con las fantasías y las expectativas de la gente (ser “un
encantador de serpientes”); convertirse en un ser mesiánico en quien hay que
creer, tener fe, obedecer y hacer sacrificios…
Menospreciar lo que no se pueda obtener; desterrar y “eliminar” críticos
y detractores (“al morir el perro se acaba la rabia”); manipular principios,
valores, sentimientos y emociones; fingir ser un liberal muy conservador (“la
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