libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
montado para ejecutar a aquellos que no obedecieran la normatividad?
¿Quiénes estaban realmente a favor o en contra del supuesto legislador?
¿Habría espías infiltrados en medio del grupo conspirador?
La horca miraba a los pobladores del villorrio y sus habitantes miraban a la
horca. Poco a poco, la febrilidad de los rebeldes fue dando paso al miedo:
todos recordaban la fama que tenían sus implacables decisiones. Algunas
personas abandonaron la ciudad. Otras decidieron realizar los trabajos y las
tareas sugeridos, simplemente porque no tenían a dónde ir o porque sentían
amedrentados por la sombra que proyectaba aquel instrumento de muerte en
el centro de la plaza.
Un tiempo después, la gente comenzó a notar una serie de novedades: el
lugar estaba en paz; los delitos habían disminuido; la ciudad se convirtió
en una importante estrella comercial; se empezó a comercializar con la
mejor lana y se produjo trigo de primera calidad. La horca permaneció en
su lugar durante muchos años. La madera resistía bien y de vez en cuando
se cambiaba la cuerda o se la enceraba. Nunca llegó a usarse y nadie volvió
a pronunciar una sola palabra sobre ella. Bastó su imagen para convertir el
valor en miedo, la confianza en sospecha, las bravuconadas en susurros de
conformidad.
Pasado un tiempo, cuando la ley finalmente imperó en aquella ciudad, el gestor de
aquella siniestra idea, mandó a desmontar la estructura maderil de la horca y a
construir, en su lugar, una cruz.
Adaptación de un cuento portugués.
Había una vez un campesino gordo y feo que se enamoró de una fontanera sucia y
desgreñada. Un día cualquiera, ambos se dieron un pasional beso y mágicamente
ambos se convirtieron en esbeltos y apuestos príncipes…
Por lo menos así lo veía ella… Por lo menos así se sentía él.
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