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libro voces de la otredad

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Las <strong>voces</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> Otredad<br />

IX. EL ETHOS URBANO<br />

Y LA PEDAGOGÍA CIUDADANA<br />

A. ANECDOFABULARIO<br />

LA TRIBU MALDITA<br />

Una extraña maldición había caído sobre aquel<strong>la</strong> tribu conocida por su espíritu<br />

risueño y por sus sencil<strong>la</strong>s costumbres: parecía atacada por un misterioso<br />

virus <strong>de</strong> insatisfacción. El valle don<strong>de</strong> transcurría su vida seguía siendo fértil<br />

y acogedor, con temperaturas mo<strong>de</strong>radas en invierno y abundante agua en<br />

verano para regar los cultivos y refrescar <strong>la</strong> región. Sin embargo, algo había<br />

cambiado: <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong>s últimas lluvias los pob<strong>la</strong>dores <strong>de</strong>l villorrio se levantaban<br />

malhumorados y ya no disfrutaban <strong>de</strong>l trabajo en el campo. Los cultivos se<br />

llenaban <strong>de</strong> hierbajos que nadie se esforzaba en arrancar y así, sus frutos<br />

crecían débiles, poco jugosos y grasosos.<br />

También <strong>la</strong> carne era <strong>de</strong> peor calidad porque nadie quería recorrer <strong>la</strong>rgas<br />

distancias para obtener buenos pastos. Los animales pasaban el día en<br />

estrechos cercados don<strong>de</strong> se nutrían <strong>de</strong> <strong>la</strong>s sobras <strong>de</strong> sus dueños. La tribu<br />

había ido perdiendo su vitalidad. La poca que les quedaba <strong>la</strong> gastaban en<br />

constantes fricciones entre ellos. Cada día se oían disputas por terrenos,<br />

mojones y lin<strong>de</strong>ros, <strong>la</strong>s ofensas cundían por doquier menoscabando <strong>la</strong><br />

armonía entre los amigos y <strong>la</strong>s parejas. Las jornadas eran amargas y<br />

<strong>de</strong>so<strong>la</strong>das hasta el punto que, llegada <strong>la</strong> noche, muy pocos podían conciliar<br />

el sueño reparador.<br />

“¡Este pueblo está maldito! -sentenció el más anciano <strong>de</strong> <strong>la</strong> tribu-. Nos<br />

han echado el mal <strong>de</strong> ojo y por eso ya nada sale bien!”. Esta i<strong>de</strong>a hizo su<br />

agosto entre los lugareños que terminaron por resignarse a vivir una época<br />

cargada <strong>de</strong> vicisitu<strong>de</strong>s y ca<strong>la</strong>mida<strong>de</strong>s. La ma<strong>la</strong> suerte que azotaba aquellos<br />

pob<strong>la</strong>dores trascendió los límites <strong>de</strong> su al<strong>de</strong>a y llegó a oídos <strong>de</strong> otros pueblos<br />

que se cuidaban <strong>de</strong> acercarse a lo que empezó a conocerse como “el valle<br />

maldito”.<br />

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