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libro voces de la otredad

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Las <strong>voces</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> Otredad<br />

II. DISIDENCIAS, ENCUENTROS Y EXTRAVÍOS<br />

A. ANECDOFABULARIO<br />

UN ASUNTO DE CONCIENCIA<br />

La vida <strong>de</strong> los prisioneros <strong>de</strong> guerra en Alemania era muy dura: sufrían<br />

hambre y frío y eran sometidos a trabajos forzados. En un sufrimiento más<br />

se convertía el regreso a <strong>la</strong>s barracas al final <strong>de</strong> <strong>la</strong> jornada. Allí les esperaba<br />

un guardián uniformado que les hacía víctimas <strong>de</strong> sus sádicas fantasías con<br />

<strong>la</strong> cuales el verdugo se divertía. Después <strong>de</strong> sus crueles fechorías, preguntaba<br />

a cada uno <strong>de</strong> los prisioneros cuál <strong>de</strong> ellos sería el próximo.<br />

Un día cualquiera, uno <strong>de</strong> los prisioneros se a<strong>de</strong><strong>la</strong>ntó a <strong>la</strong> recurrente y<br />

consuetudinaria pregunta <strong>de</strong>l torturador y le dijo. “Ya que cada día tiene<br />

usted que golpear a alguien, le pido que hoy me escoja a mí”.<br />

“Ajá francesito. Ya que eres tan ingeniosamente temerario, dime ¿cuántos<br />

golpes crees que vas a recibir hoy con mi fusta?”.<br />

“No me toca a mí <strong>de</strong>cir los golpes que hoy voy a recibir… Eso se lo <strong>de</strong>jo a su<br />

conciencia”, respondió el prisionero envuelto en una tensa calma.<br />

“¡Mi conciencia! ¡Mi conciencia! ¡Yo no tengo conciencia! ¿A qué viene todo<br />

esto? Respondió el iracundo carcelero.<br />

“Aunque usted no lo crea –dijo luego <strong>de</strong> una pausa el cautivo- usted si tiene<br />

conciencia y <strong>la</strong> prueba es que aún no me ha golpeado”.<br />

El prisionero tranqui<strong>la</strong>mente se alejó algunos pasos <strong>de</strong> su verdugo y, sin<br />

mirarlo, se <strong>de</strong>tuvo y añadió: “Incluso creo que usted no me golpeará esta<br />

tar<strong>de</strong>”. Luego, siguió caminando.<br />

El verdugo quedo envuelto en un extraño silencio. Pálido y tembloroso <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

ira, se quedó con <strong>la</strong> mirada llorosa y fija puesta en el atrevido preso que osó<br />

interpe<strong>la</strong>rlo. Nadie, en <strong>la</strong> historia <strong>de</strong>l penal, le había hab<strong>la</strong>do a <strong>la</strong> conciencia<br />

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