libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
En su errabundo caracolear, todos buscan en el espejismo del parque, un
verdor espacial para sus sueños, un elixir para calmar su solitaria sed de
amor, el mágico escenario para el abrasador encuentro donde se funden en
litúrgico abrazo la dialógica mudez y el quejoso silencio. Entre prados y
fuente, asfalto y bancas, la inquieta ciudad en su orfandad descansa del arduo
trajín, de los yoes perdidos, de las miradas ruidosas, de los aletargantes pasos
del hastío y de la tediosa elipsis de los oficios y los días…
Allí en ese parque, entre escalones, banquetas y árboles, arropada y enjuta
se arrulla la pena y los imposibles se confunden entre risas, cantos, juegos y
espera.
Se acerca la hora cenital y aún los diarios escandalosos y esquineros con
sus necróticas páginas, concitan la atención de sus mórbidos lectores. Entre
frutas, almanaques, cachivaches, verduras y alcanfor y tras el sortilegio de las
ventas callejeras, se acomodan el pordiosero y el ladrón, el policía, la ramera
y el gamín y así, entre inquietas y trémulas miradas, expresiones de malicia,
recelo y compasión, los habitantes de la calle componen con sus absurdas
partituras, la cotidiana sinfonía de la indiferencia y la acritud…
Nada molesta a la asfaltada concurrencia, sólo se cruza entre inquietos y
fugaces atisbos la cómplice impotencia de medrosos transeúntes pletóricos
de vaciedad y laxitud.
La tarde somnolienta observa cómo llegan a sus lares citadinos pregoneros,
culebreros, fleteros, mimos y mendigos. Pintores, vagabundos, recicladores y
adictos, toda esa grey protagoniza con su trivial y consuetudinaria actuación,
el absurdo y cómico drama de la urbe, tejiendo entre risas, guiños, gruños,
ruegos y escarceos, la trama y urdimbre del fatuo encuentro, red de farsa
y de disimulo en el que se entrelazan frustrados sueños y necesidades
insatisfechas, quiméricas señales de una larga y vana espera…
Se marcha la hora vesperal hacia el exilio de la noche con su ilusorio cortejo.
Llega la penumbra tratando de borrar las huellas del itinerante paso de las
horas y la gente.
Umbrosas callejuelas y sitibundos seres apuran a grandes sorbos las
sibaríticas sombras. Las luces mortecinas iluminan aquellos itinerantes
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