libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
violentados o agredidos, sus habitantes se han literalmente enclaustrado en
espacios cerrados y privatizados. Esos imaginarios, asociados con el miedo,
forman parte de un conjunto de imágenes concretas que lejos de ser ficticias
encarnan tensión y antagonismos de clases.
Ese modelo de aislamiento ha erosionado el sentido de comunidad en barrios
y residenciales. Han surgido formas de vida más sedentarias, solitarias,
individualistas, medrosas y codependientes donde el único contacto con
el mundo exterior son los medios de comunicación. Viviendas, escuelas,
parques y hasta iglesias rodeadas de barrotes y todo tipo de sistemas de
seguridad, semejan cárceles donde se vuelve axioma el dicho popular: “los
ciudadanos viven entre rejas mientras los delincuentes andan sueltos”.
Las percepciones de esa inseguridad y miedo con sus correspondientes
imaginarios bucólicos y pacifistas, han creado una especie de paranoia en
sus habitantes los han llevado a protegerse y a aislarse. La percepción de la
inseguridad está cada vez más generalizada y su acrecentamiento tiene como
base real, el aumento delincuencial con sus tasas de morbilidad y morbosidad
incentivadas por el tratamiento de la noticia, la relatoría escandalosa de
ciertas leyendas urbanas y el sensacionalismo mediático.
El paisaje urbano se ha convertido en un escenario de terror lleno de estampas
zombis, esquizoides y paranoides. Se vive siempre en, con y desde el miedo
como signo y sentido citadinos: miedo a ser asaltado en la calle, en el barrio,
en el autobús, en el carro, en su propia casa. Las viviendas difícilmente
se dejan solas, y sus habitantes se vuelven esclavos de ellas; las rejas han
fraccionado, privatizado y violentado el espacio público; se han debilitado,
de igual manera, el sentido comunal y barrial y los lazos de solidaridad entre
comuneros y condómines…
Los pobladores viven refugiados en sus “fortalezas”, reforzadas con cerrojos
y cadenas (en Buenos Aires se denominan “barrios candado”); una ciudad
hecha cárcel (“… en un gran panóptico se ha convertido nuestra urbe” dice
un conocido poema urbano). El fenómeno afecta a todos: hombres y mujeres,
chicos y grandes, blancos y negros, ricos y pobres. Todos de una forma u
otra, hacen ingentes esfuerzos de acuerdo a su condición socioeconómica:
algunos invierten sumas considerables en celaduría y vigilancia privada
o en instalar sistemas de seguridad o estridentes alarmas antirrobo en sus
viviendas y automóviles.
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