libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
resentimiento, ambición y soberbia), que conforman nuestro verdadero
rostro (“cara” entre los griegos significaba antifaz).
La sombra constituye una parte del inconsciente que complementa nuestro
ego y que representa aquellas facetas oscuras que nuestra conciencia repudia
y en vano trata de desconocer… Es por eso que la eludimos y, muchas veces,
intentamos esconderla en algún rincón apartado, visiblemente inadvertido de
“nuestra casa”. Algunas biografías ilustran lo anterior y ponen al descubierto
los difusos y ambiguos repliegues de la condición humana. La supersticiosa
crueldad y megalomanía de Alejandro Magno; la hipocondría y pirofobia
de Hans Christian Andersen; el anticlericalismo, misofobia y antisemitismo
de Robert Baden Powell; el trastorno obseso compulsivo de Charles Darwin;
el espiritismo y los arrebatos místicos de Arthur Conan Doyle; las locuras
parafílicas de Víctor Hugo…
Las crisis depresivas y violentas de Friedrich Holderlin; los colapsos
neurológicos y suicidas de Robert Schumann; la coprofilia de James Joyce;
la sodomía de Lawrence de Arabia. La locura esquizofrénica de Vazlav
Nijinsky; la claustrofobia y el voyerismo pederasta de Adolf Hitler; la
psicosis maníaco depresiva y uxoricida de Louis Althuser; la bulimia,
drogadicción y dislexia de Elvis Presley; la bacterofobia de Howard Hughes;
el trastorno bipolar de Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Isaac Newton,
Beethoven, Goya, Lord Byron, Virginia Wolf, Charles Dickens, Hermann
Hesse y Winston Churchill; la esquizofrenia de Juana de Arco, Vincent Van
Goh, Jack Kerouac, Antonin Artaud y John Forbes Nash.
La rocambolesca y camorrera vida y los lienzos barrocos e “inmorales” del
pintor italiano Miguel Caravaggio, refulgen claroscuridades. Como Miguel
Ángel Buonarroti en la Capilla Sixtina, 60 años antes, el artista lombardo
se enfrentó a la hipócrita y morbosa sociedad y a la “piadosa” iglesia de su
tiempo, pintando en sus cuadros bíblicos “personajes” de la calle: malandrines
contactados en los tuguriales Campos de Marte, meretrices y mendigos que
fungían de vírgenes y santos, efebos chaperos que luego de posar como
ángeles se convertían en sus amantes. El modelo escogido para “la muerte
de la virgen” fue el cadáver putrefacto de una prostituta embarazada que se
había suicidado en las aguas del río Tíber.
Una biografía (Eutimio Martín, “El oficio del poeta”) revela la verdadera
personalidad de Miguel Hernández, “el poeta del pueblo”, autor de aquella
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