libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
desear la guerra: allí los padres entierran a sus hijos. En tiempos de paz, éstos
llevan a sus progenitores a la tumba.
Para Pericles, el político más importante de su tiempo, es deber del
Estado servir a la mayoría y no a unos cuantos, procurar ver a todos en
condiciones de igualdad frente a la ley y protegerlos contra el egoísmo,
el despotismo y la arbitrariedad. 26 siglos atrás “el primer ciudadano de
Atenas” exhortaba a usar la riqueza como una oportunidad para la acción
y no como una ocasión para alardear. Sostenía que no debía ser motivo de
vergüenza para nadie reconocer su pobreza, pero sí el hecho de no hacer los
mejores esfuerzos para evitarla.
“Si te parece grande tu ciudad, considera que sus glorias fueron
alcanzadas por hombres valientes, pero ante todo, por hombres que
aprendieron de sus deberes, seres libres y tolerantes durante gran parte de
sus vidas, pero en asuntos públicos y ciudadanos, personas conscientes de
que su única obligación es ceñirse a la ley”, afirmaba el insigne gobernante
griego.
Queremos también, en tan corto espacio, referirnos a la magia
de las palabras y a esa relación indisoluble entre un amigo y un libro,
“acontecimientos memorables en la vida del corazón”, según la rúbrica del
poeta Alfonso Lamartine. Su hallazgo puede cambiar nuestro destino vital.
Ambos, lo deja entrever un verso de Rubén Darío, son fuerza y valor, poder
y alimento, “antorcha del pensamiento y manantial del amor”.
Diríamos como en un romancero español, que son amigos de los
amigos, huéspedes predilectos, maestros y confidentes, compañeros de vigilia,
en la pereza aguijones, en la soledad, recreo y en los caminos mentores.
Cada amigo, al igual que el texto -escribía Anais Nin-, “representa un
mundo dentro de nosotros que tal vez no habría nacido si no lo hubiésemos
conocido”.
El viejo adagio señalaba que los amigos como los libros, para
algunos son obstáculos infranqueables, para otros, escalas infinitas. Ambos
en la prosperidad, como quedó en la vieja frase macedonia, acuden al ser
llamados y en las adversidades (como la sangre a la herida) sin serlo. Ambos
se mantienen invariables a pesar del ultraje del tiempo, el abuso, la ingratitud
y el olvido. No necesitamos -como bien lo dijo Plutarco-, que cambien
530