libro voces de la otredad

Pedagogía del Conflicto y Cultura de Paz
de igual manera, la célebre consigna del vilipendiado José Proudhon: “La
justicia consiste en el respeto espontáneo y mutuamente garantizado de la
dignidad humana, cualquiera que sea la persona y en cualquier circunstancia
y sean los que fueren los riesgos a que sus defensa pueda exponernos”.
La revolución la entendemos como la rebelión de un pueblo contra la
injusticia social de un régimen que se proclama jactanciosamente como
democrático. Las masas no van a la revolución –decía alguien-, con un
plan preconcebido de sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de
rechazo e impotencia para seguir soportando un régimen social injusto y
decadente. Reconocer que existen las múltiples violencias, reconocer sus
efectos nefastos en la autoestima, la dignidad y la afectividad, nos invita
a todos los que nos encontramos comprometidos con el cambio, la justicia
social y la democracia, a movilizarnos para hacer realidad la utopía de una
convivencia pacífica, donde sea posible una ética raciovital e incluyente, que
recree la diversidad, reivindique la subjetividad y transforme nuestra agenda
de violencias en toda una propuesta asuntiva, política, personal y colectiva
de convivencia pacífica.
Terminemos estas reflexiones sobre justicia y paz con los planteamientos de
dos de nuestros más connotados escritores. Mario Vargas Llosa hace poco
afirmaba: “Uno de los grandes errores es creer que el desarrollo depende
de una política económica; es indispensable, pero si no va acompañada
de justicia, orden y una cultura democrática, ese progreso no tiene pies de
plomo y puede derrumbarse en cualquier momento. Es el caso de América
Latina, donde las reformas económicas no han sido acompañadas de una
institucionalización, de una legalidad, sin las cuales ninguna sociedad podrá
funcionar libremente”.
En otro momento, nuestro Nobel de literatura exhortaba a sus contertulios:
“(...) Con toda la determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora
y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz
de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada
a los océanos del tiempo para que la nueva humanidad de entonces sepa
por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la
vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero
que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la
felicidad”.
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