libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
a sus fosas. El fastuoso templo de nuestra egolatría se erige sobre lo que
Gandhi llamó “los siete pecados capitales del mundo moderno”: riqueza sin
trabajo, comercio sin moral, conocimiento sin carácter, placer sin conciencia,
ciencia sin humanidad, política sin principios, creencia sin sacrificios.
Blas Pascal dejó en Ratisbona (1662) el siguiente epitafio: “Medí la
inmensidad de los cielos y las sombras de la tierra, mi espíritu ascendía hasta
los dioses y ya lo ves, aquí reposan mis cenizas”. ¿De qué ha servido tanto
orgullo y vanidad? ¿Qué ha quedado de ello? “Polvo, cenizas… ¡nada!”. El
verso final de un “poema bárbaro” del vate francés Leconte de Lisle (1862),
sentenciaba: “la hierba del olvido esconde pronto sobre la tumba / la vanidad
que no deja de crecer”. El sultán Saladino, héroe musulmán de la Tercera
Cruzada y conquistador de Jerusalén, encomendó a su pregonero en 1193
una curiosa misión consistente en salir por los pueblos y caminos con un
lienzo blanco en la punta de una lanza y recitando su postrer mensaje: “El
señor de toda Asia, de cuantos reinos y riquezas adquirió en vida, no se lleva
a la tumba más que esta mortaja”.
Éste fue, quizás, el artículo mortis de Steve Jobs: “Recordar que pronto
estaré muerto me ha ayudado a tomar grandes decisiones en mi vida… Casi
todo -prejuicios, soberbia, temor al fracaso o a la vergüenza- simplemente
desaparece cuando ves de cara a la muerte. Sólo queda lo verdaderamente
importante. Recordar que vas a morir evitará que caigas en la trampa de
pensar que tienes algo que perder. Ya estás indefenso… Así que no hay razón
alguna para no seguir a tu corazón”. Muchos nos hemos preguntado qué
habría pasado si hace algunos años nos hubiésemos podido observar tal como
somos ahora, ¿qué hubiéramos pensado de nosotros mismos? ¿Habríamos
dejado de acercarnos a ese otro yo por horror o timidez, o simplemente por
no perder el tiempo con alguien tan insignificante, vanidoso y egoísta?
El mundo es como somos: simple o complicado, sencillo o ampuloso…
porque indefectiblemente, nosotros somos el mundo. Colonizamos con fatua
ufanía lo que pírricamente hemos conquistado y luego, todo aquello que
supuestamente consideramos nuestro reino, cansado de nuestro veleidoso
yugo, se rebela y lucha por independizarse de nosotros. Los indios sioux
enseñaban a sus hijos que restregarse el pecho con alas de mariposa les
permitiría correr con la rapidez del antílope. Cualquier muchacho que
cogiera una docena de lepidópteros sin ayuda de una red, se convertiría,
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