libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
ropaje del escarceo alegórico y la logolalía, el andrajoso cuerpo de la ética
mercantil europea.
Se habló que la libertad ya no era sólo un “poder elegir”, sino también
un “poder crear” surgiendo pues la soberbia imagen de un hombre libre,
orgulloso de su especie y esclavo del capital. Kant, Fichte, Schelling y Hegel,
entre criticismos e imperativos, acertijos dialécticos y galimatías idealistas,
hablaron prolijamente sobre el asunto: la libertad ahora consistía en la
responsabilidad que se tenía ante sí y ante los demás de haberse consigo
mismo. Otros, haciéndole coro a las estrofas bergsonianas, definieron la
libertad como ese poder por el cual, el fondo individual e inexpresable del
ser se manifiesta y se crea a sí mismo en sus actos a través de la intuición.
El filósofo franco-suizo Benjamín Constant, en sus invectivas napoleónicas
decía que la libertad era el derecho de hacer lo que la sociedad no podía
impedir; el filósofo cristiano John Ruskin afirmaba que era un fantasma
pérfido a quien los hombres perseguían errónea y desatinadamente; el
dramaturgo británico Bernard Shaw la ironizaba al emparentarla con la
responsabilidad y tornábala en objeto de miedo y recelo entre los seres
humanos; el soberbio militar prusiano Otto von Bismarck, padre del Estado
alemán moderno, desde su Reich de hierro, creía que era un lujo que no
todos podían permitirse.
Alguien se levantó alguna vez y denunció la hipocresía de los pensadores
liberales de su época y el yugo opresivo de una clase social que ellos
ideológicamente representaban. Se convirtió entonces la libertad en la tarea
histórica de una clase que, derribando a sus opresores, liberaría a todo un pueblo.
Sus palabras no fueron olvidadas pero sí, intencionalmente malentendidas
y en su nombre muchos caudillos enardecieron las muchedumbres con
su verborrea populista… Fue así como bajo la denominada “violencia de
masas” y con la ayuda de la social-democracia, se construyó un nuevo cepo
ideológico: “la dictadura del proletariado”.
Pero ¡cosa rara! La libertad se volvió sospechosa y desertora y acusada
de revisionista, fue sometida a inclementes y amañados juicios populares
y llevada lejos de los lujos del politburó a los goulags, aquellos terribles
campos de concentración siberianos; conoció también la austeridad de las
granjas comunitarias sin poder degustar los suculentos banquetes de los
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