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Joaquín Trincado<br />

demás cosas son sólo y todo efectos que demuestran la causa original, y<br />

son actos mecánicos, motivados en la inteligencia, que sólo es del espíritu.<br />

Ahora bien; la independencia de ambos elementos de la voluntad,<br />

también ha sido demostrada por los estados patológicos de nuestra entidad<br />

consciente, en la abolición o anulación de la fuerza impulsiva, que comienza<br />

en la irresolución y termina en la parálisis mental; en las determinaciones<br />

internas de los estáticos, sonámbulos e hipnóticos; y en los estados paralíticos<br />

de carácter orgánico, durante los cuales puede subsistir la más intensa<br />

virtualidad de impulsión y represión.<br />

Siguiendo en el análisis denotamos que, los impulsos y movimientos<br />

reflexivos, exigen necesariamente dos condiciones que pertenecen al 4º y<br />

5º puntos sintéticos que hemos anotado.<br />

En efecto: el poder de asociar las percepciones, reflexiones, y construcciones,<br />

de acuerdo con las leyes Psicológicas y fisiológicas de la organización<br />

humana por discernimiento y el poder de resolverse y de obrar en el<br />

sentido de nuestras determinaciones, realizando nuestros impulsos internos<br />

en libertad, son las dos condiciones denotadas, aunque la última condición<br />

haya sido negada por los deterministas, acaso porque no entendieran el<br />

Macrocosmo y no penetran en el Microcosmo en su verdad.<br />

Pero de todos modos y en cualquier modo, todo acto, sea o no el<br />

producto de una deliberación consecuente, es un esfuerzo resultante de los<br />

motivos o fuerzas elementales que concurren a la determinación, ejecútese<br />

o no, necesariamente.<br />

Ahora bien: en la mayoría de los casos, nuestra inteligencia, invadida<br />

por mil preocupaciones de la vida, no se da cuenta de los motivos, y esta<br />

ignorancia parcial, nos hace creer en el libre albedrío del hombre, ya que<br />

obra muchos actos sin darse cuenta del origen de ellos.<br />

Pero debemos recordar que, habiendo una ley a la que el hombre no<br />

puede dominar y ella domina siempre aún contra la voluntad del hombre,<br />

no cabe la palabra libre albedrío en absoluto; y por más, mandando esa ley<br />

dominadora, no causar daño a un semejante, ella misma confirma, que, no<br />

existe la libertad de obrar, siendo responsable de sus actos; lo que tercera<br />

vez confirma que no existe el libre albedrío, pues que se responsabiliza cada<br />

individuo de sus faltas ala ley, la que, no puede perdonar.<br />

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