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Sexual Personae - Camille Paglia

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«que somete a los hombres»; kreobotos, «carnívora»; androdaiktos,

androktonos, deianeira, «asesina de hombres». Las amazonas están en guerra

perpetua con los hombres. Su derrota prefiguró el poder absoluto del marido

sobre la mujer en la Atenas clásica, donde las mujeres no tenían derechos

civiles. El arte griego nunca muestra a la amazona como una corpulenta

Gorgona. Alcanzó elegancia y dignidad dramática mediante la areté, el

código griego del honor y la excelencia personal. Posteriormente, el sexo la

vulgarizaría. Ovidio la transforma en una fanática que rehúye el sexo vencida

por la espada fálica del hombre. Pope utiliza la idea en El rizo robado, donde

unas amazonas rencorosas hacen una «carga de salón» contra un puñado de

fatuos galanes. El único momento en que la figura de la amazona vuelve a

recuperar el prestigio que tuvo en el arte griego es en el Renacimiento con las

mujeres guerreras descritas en los poemas épicos de Boiardo, Ariosto, Tasso y

Spenser. Pero, como veremos más adelante, el Renacimiento inglés también

relegó a la amazona a unas estructuras sociales de referencia.

Las amazonas son mujeres en grupos, un mito de unión femenina.

Artemisa es la voluntad amazónica en solitaria comunión consigo misma. Es

puro ego apolíneo, que centellea con el separatismo hostil de la «persona»

occidental. Es afirmación y agresión, seguidas del aislamiento y la

purificación mediante el autosecuestro. Artemisa precisa una imaginación

apolínea como la de Spenser para hacerle verdadera justicia. Al igual que a

las amazonas, se la sepultó bajo fórmulas eróticas y perdió su severidad y su

frialdad. El judeocristianismo no cuenta con una figura similar, a excepción

de Juana de Arco. Nuestra idea de la Artemisa de las esculturas antiguas

procede de la Diana de Versailles, una copia romana. Avanzando con el arco

en la mano, la diosa mira por encima del hombro mientras saca una flecha del

carcaj. Va ataviada con la túnica corta (chiton) y los borceguíes que adquiere

en la Atenas del siglo V a. C. Artemisa avanza majestuosa por el espacio

occidental, abriéndolo, dominándolo.

El arte posclásico feminizó y apaciguó a Artemisa. Kenneth Clark no

tiene problema alguno en lamentarse del declive en la nobleza de un dios al

tiempo que pasa por alto una pérdida semejante en su gemela: las

representaciones de Apolo perdieron el «sentimiento de temor» que

inspiraban, convirtiéndolo en «el pelma satisfecho del clasicismo». [8] El terror

es la respuesta característica frente a unos seres de hierática pureza. La mayor

parte de los pintores occidentales no han acogido la idea de Artemisa. En

Diana y Acteón, por ejemplo, Ticiano convierte a la diosa en una matrona

corpulenta y desgarbada. La Diana de Rembrandt es una mujer sencilla de

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