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Sexual Personae - Camille Paglia

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ella». [13] La sociedad vence; las heroínas son derrotadas. Puede que los

suicidios de Emma y Ana y el de la Dido de Virgilio funcionen como un

exorcismo mediante el cual la persona masculina adulta del escritor se

divorcia de la obsesionante persona femenina de su vida interior, una sombra

de la madre y de la memoria.

Todos estos temas de la dualidad y de la desviación sexuales se

encuentran reunidos en Nana de Emile Zola (1880). Al igual que Becky Sharp

es una versión más insolente de Emma Woodhouse, así también Nana es una

versión más perversa de Bovary o de Karenina. La transgresión sexual pasa

del adulterio a la prostitución. Nana es la reina de las prostitutas parisienses.

Es una Venus, una amazona, una «devoradora de hombres», un monstruo que

«siembra la muerte a su alrededor». Nana intensifica la ambivalencia de las

heroínas literarias de la primera mitad del siglo XIX. Toma una celosa amante

lesbiana, corteja a las muchachas y se disfraza de hombre para entrar en los

«tugurios más infames» y contemplar «espectáculos de desenfreno con los

que mataba su tedio». Zola concibe a su andrógina como si fuera la gran

enemiga de la civilización: «Venía a ser como una fuerza de la naturaleza,

una levadura de destrucción, sin quererlo ella misma, corrompiendo y

desorganizando París entre sus muslos de nieve». Zola se la imagina

«dominando la ciudad» desde «el horizonte del vicio». [14] Nana contiene

elementos decadentistas de Baudelaire, Huysmans y Moreau, pero en cuanto

que novela social ha de liberar al orden social de su esclavitud a esta titánica

hermafrodita, suma sacerdotisa de la madre naturaleza. Como San Agustín,

Zola tacha a la Gran Madre de Puta de Babilonia. El libro termina con un

«tour de force» de descripción decadentista, un análisis casi geológico del

repugnante cadáver de Nana supurante de viruelas: la naturaleza destruyendo

su sublime creación.

Así, incluso en la novela francesa, en la que la sociedad decimonónica se

muestra banal y conformista, el andrógino siempre termina siendo sometido

por el bien del conjunto social. Comparemos las jerarcas vampíricas de Nana

y Christabel. La voraz femme fatale de Zola es destruida por las fuerzas

arquetípicas que ella misma invoca. Pero la maligna Geraldine de Coleridge,

una andrógina romántica pura, sale intacta del poema. De hecho, cuando

acabamos la lectura del inacabado Christabel, Geraldine sigue ganando poder.

Y nada puede detener a las vampiras tardorrománticas de Baudelaire y

Huysmans. En su negatividad con respecto a la hembra arquetípica, la novela

social está de acuerdo con la épica: el andrógino desestabiliza las estructuras

públicas de la historia.

Página 528

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