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Sexual Personae - Camille Paglia

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Negándose a aceptar la muerte temprana que preservó la belleza de Adonis y

de Antínoo, Dorian pacta con «otro» objeto artístico, su propio retrato,

proyectando en él la mutabilidad humana. En Muerte en Venecia, el homenaje

que Mann rinde a Wilde, el efebo ni siquiera tiene que actuar para destruir. Su

cegadora luz apolínea es una radiación que desintegra el mundo moral.

El efebo es el paradigma representativo de la Atenas clásica. Es una pura

objetualización apolínea, un objeto sexual público. Su claro y definido

contorno se origina en la arquitectura monumental egipcia y en el

resplandeciente culto celeste del panteón olímpico de Homero. El efebo

apolíneo es una dramatización del horror que inspiraba la disolución de la

forma a la Atenas de Fidias, que tenía una visión apasionada de la figura

humana brillante. La unidad de imagen y la unidad de identidad eran la norma

apolínea, satirizada por Eurípides en sus desmembramientos ctónicos,

símbolos de la fragmentación y de la multiplicidad. El efebo andrógino tiene

una patrocinadora andrógina, Afrodita, que nació sólo de hombre, Urano, y

que Platón identifica con el amor homosexual. Mientras que el kuros arcaico

es vigorosamente masculino, el efebo clásico armoniza perfectamente lo

masculino y lo femenino. Con la inclinación helenística, prefigurada por

Eurípides, hacia la mujer, el efebo se desliza claramente hacia lo femenino, un

síntoma de su decadencia.

Praxíteles registra este cambio en su efébico Hermes (aprox. 350 a. C.), en

el cual se pierde la elegante alineación del contrapposto clásico. Hermes se

tuerce torpemente alejándose de la pierna hacia la que debería inclinarse y

curvando así las caderas en una peculiar finta. El brazo con el que sostiene al

niño Dioniso descansa pesadamente sobre un tocón. Farnell opina con

respecto a esta «languidez praxitélica» diciendo que «incluso los dioses

empiezan a cansarse». [16] Kenneth Clark encuentra en el arte del alto

clasicismo griego un perfecto «equilibrio físico entre la fuerza y la gracia». [17]

En el efebo helenístico, la elegancia prima frente a la fuerza. Rhys Carpenter

ve la Afrodita Cnido de Praxíteles como una degeneración sexual del

canónico Doríforo de Policleto, una «lánguida desvitalización del atleta

victorioso que da paso a un canon femenino equivalente». [18] Hauser opina así

sobre el Hermes de Praxíteles y el Apoxiómeno de Lisipo: «… producen más

bien la impresión de un bailarín que de un atleta». [19] Jane Harrison denuncia

el Hermes de Praxíteles sobre la base de que en tanto que kourotrophos

(«educador del muchacho») «usurpa la función de la madre»: «El hombre que

realiza tareas femeninas comparte la futilidad inherente y algo de la fea

disonancia del hombre disfrazado con ropas de mujer». [20] De nuevo aquí,

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