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Sexual Personae - Camille Paglia

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las mujeres se las ha hecho desistir de dedicarse a géneros como la escultura,

que requieren una formación práctica en el estudio o materiales costosos. Pero

en la filosofía, en las matemáticas y en la poesía no hay más materiales que la

pluma y el papel. La conspiración masculina no explica todos los fracasos

femeninos. Estoy convencida de que incluso sin restricciones no existiría el

Pascal, el Milton, el Kant femenino. Los obstáculos sociales no son una

barrera para el genio: se sobrepone a ellos. El egoísmo de los hombres, tan

repugnante en quienes no tienen talento, es la fuente de la grandeza de su

género. Las mujeres tienen un sentido más exacto de la realidad; física y

espiritualmente, son más completas. La cultura, ya lo he dicho, fue inventada

por los hombres, porque es mediante la cultura como se hacen completos a sí

mismos. Aun hoy, cuando parecen haberse abierto todas las carreras, me

maravilla cuán rara sigue siendo la mujer dominada o impulsada por una

obsesión artística o intelectual, esa subversión automutiladora de las

relaciones sociales que, en sus formas alternativas del crimen y de la ideación,

constituye la gloria y la desgracia de la especie humana.

Dickinson fue una de esas personas que convierten cada revés en un

impulso creador. De la humillación y de la desilusión hizo estructuras

abstractas que proyectó sobre el mapamundi extendido en el cuartel general

de su dormitorio, con sus banderillas de avance y de retirada. Su tema

principal es el poder, psíquico, natural, y divino, al que una mujer sólo tiene

acceso en el terreno de los cultos ctónicos. De ahí su predilección por la

palabra «eléctrico». Sus poemas son sensores térmicos que registran las

oleadas de la energía animada de la naturaleza. Pero sus cambios son abruptos

y traumáticos. «Un labio feliz se quiebra de repente», es una observación

típica (353). Este tenso labio superior pertenece a una estatua de mármol que

tiene una rotura diminuta. La materia frustra las pulsiones del espíritu. Como

observadora científica de la naturaleza, Dickinson es una catastrofista

decadente que predice la convulsión transformadora.

Esta forma de romper los objetos típica del Decadentismo supone una

crisis del significado. De la naturaleza dionisíaca toma Dickinson la

amputación, su recurso limitador favorito, y la integra en la sociedad. Dice,

por ejemplo, del ataque de apoplejía de su madre: «La abandonaron la Mano

y el Pie». Cuando murió un vecino: «No tenía manos». [25] La enfermedad es

un desmembramiento porque Dickinson es una separatista tardorromántica y

practica la división o fragmentación decadentista. Como el cerebro que escapa

de un cráneo con tapa, la mano y el pie de la señora Dickinson salen de la

casa como criados despedidos. Las amputaciones de la autora son como las

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