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Sexual Personae - Camille Paglia

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El clímax de Atalanta en Calidón es un espectáculo de lamentaciones

griegas y de exhibicionismo ritual. Meleagro es llevado al escenario y

simplemente permanece allí, expirando. Aunque somera en el mito original, la

escena se prolonga en Swinburne de un modo sorprendente. Aunque

Swinburne dice que su obra es una tragedia, la compasión y el terror

aristotélicos se revisan en términos románticos. El héroe moribundo

interioriza de una forma tan imperiosa todos los afectos que el público se

queda con un palmo de narices. Atalanta en Calidón termina en una pietà

enorme en la que Cristo todavía habla. Como en los melancólicos poemas

narrativos de Wordsworth, el guion secreto de Swinburne es el éxtasis del

«varón-heroína», un andrógino romántico fundamental. El martirizado

Meleagro está en el centro de la escena, rodeado por ese erótico corro de ojos

que apareció primero en La rima del anciano marinero de Coleridge. Igual

que el Werther de Goethe, Swinburne sueña despierto con su patética muerte,

un acto sexual fuera de lugar o una automutilación necrófila. La visión

tardorromántica mancha su propia blancura radiante. En Atalanta en Calidón

el clímax dramático y sexual coinciden, y el varón aparece radicalmente

menguado.

Yo sospecho que Walt Whitman influyó aquí en Swinburne. El final de

Atalanta en Calidón es similar a un fragmento del Canto a mí mismo donde

Whitman se presenta a sí mismo como «varón-heroína»: «Soy el bombero

herido, con el esternón roto, / sepultado entre escombros». La víctima oye los

gritos de sus compañeros y siente «muy lejanos sus picos y sus palas»: «…

levantan mi cuerpo con extremos cuidados…». Ahora yace en la quietud de la

noche: «Rostros bellos y pálidos me rodean solícitos, se han quitado los

cascos, / la gente, arrodillada, se esfuma poco a poco llevando sus antorchas».

Con el cuerpo aniquilado, pero los sentidos alerta, el «varón-heroína» es el

foco dramático de un escenario público, en parte teatral, y en parte religioso.

Es manejado por devotos iniciados y ante él se arrodilla una multitud

silenciosa. La visión de «bellas» caras masculinas le excita. El

«varónheroína» es un ídolo de ostentación pagana hecho a sí mismo.

El erotismo de Whitman requiere la cercanía de esos bomberos, medio

enterradores, medio comadronas, que canonizan al mártir con sus trabajos

heroicos y delicados. Pero el erotismo de Swinburne reside en la heráldica

simetría de las andróginas femeninas, que ponen al hombre en un fatal doble

aprieto. Sólo la gran ópera tiene escenas de muerte tan hiperextendidas

emocionalmente como la de Atalanta. La música es la analogía adecuada,

puesto que Swinburne lleva el lenguaje más allá de lo racional. Ni siquiera la

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