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Sexual Personae - Camille Paglia

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monoteísmo y las innovaciones del estilo artístico fueron posteriormente

anulados por su yerno, Tuntakamón, el niño-faraón de breve reinado. Es

posible que Nefertiti perdiera el ojo al extinguirse la octava dinastía.

Tal como ha llegado a nosotros, el busto de Nefertiti es artística y

ritualmente completo, exaltado, severo y extraño. Combina el naturalismo del

periodo amarnita con el formalismo hierático de la tradición egipcia. Pero la

expresividad amarnita termina siendo grotesca. Esto es lo menos consolador

de las grandes obras de arte. Su fama está basada en la incomprensión y la

supresión de sus características específicas. La respuesta adecuada al busto de

Nefertiti es el temor. La reina es un androide, un ser manufacturado. Es una

nueva representación gorgónica o del «rostro sin cuerpo del miedo». Está

paralizada y es paralizante. Al igual que la figura entronizada de Kefrén,

Nefertiti es suave, urbana. Mira a lo lejos, a la distancia, considerando qué es

lo mejor para su pueblo. Pero sus ojos, maquillados de kohl imitando a los de

un gato, son fríos. Es la autoridad autodivinizada. Akenatón aparece siempre

representado con características medio femeninas, los miembros encogidos y

una barriga protuberante, posiblemente debido a una enfermedad o a un

defecto de nacimiento. Este busto muestra a la reina con características medio

masculinas, un vampiro de voluntad política. Su fuerza seductora nos atrae y

nos repele. Es la personalidad occidental atrincherada tras la dolorida y fría

identidad apolínea.

La cabeza de Nefertiti es tan masiva que amenaza con tronchar el cuello,

como si fuera un tallo. Es como un brote de papiro meciéndose en un

cañaveral. La cabeza está hinchada hasta parecer casi deforme. Parece una

imagen futurista cuyo cerebro agrandado profetiza nuestro destino como

especie. La corona está llena, como un embudo, con una lluvia de energía

jerárquica, que inunda el frágil cráneo y empuja la cabeza hacia delante, como

la proa de un barco. Nefertiti se parece a la Victoria alada de Samotracia, con

los ropajes pegados por el viento de la historia. Como buque de carga,

Nefertiti transporta su propio exceso de pensamiento. La abruma el peso de la

vigilia apolínea, un sol que nunca se pone. Egipto inventó el pilar que Grecia

refinaría. Con su cuello esbelto y aristocrático, Nefertiti es un pilar, una

cariátide. Sostiene sobre la cabeza toda la carga del Estado, las vigas del

templo del sol. La diadema dorada es una brida ritual, que aprieta, constriñe y

limita. Nefertiti preside desde el témenos del poder, un recinto sagrado que

nunca puede abandonar.

La Venus de Willendorf es toda cuerpo; Nefertiti, toda cabeza. Una

cirugía radical le ha amputado los hombros. El invento del busto se da

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