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Sexual Personae - Camille Paglia

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ejemplo de paraleipsis: lo que no puede hacérsele al alma, puede sin duda

hacérsele al cuerpo. Desgarrar con cimitarra es esgrima verosímil, pero ¿qué

diremos de punzar con un serrucho? Aparecen ante nosotros fantásticos

escenarios, donde hay magos que cortan a mujeres en dos, costureras que se

pinchan con serruchos en lugar de alfileres, y bandidos que caen sobre el

viajero con serruchos para punzar sus antebrazos con abandono. De nuevo

nos acordamos del enciclopédico Las 120 jornadas de Sodoma de Sade: con

exhaustividad e ingeniosidad yanqui, Dickinson está decidida a incrementar el

catálogo imaginable de las torturas humanas.

La metáfora dickinsoniana para referirse a la mortalidad es el

empalamiento: «Sólo un Tornillo de Carne / el Alma clava» (263). La

encarnación es un tormento. El alma, como la alada psyque griega, es una

mariposa atravesada por un alfiler. El entomólogo cruel, puede imaginarse, es

Dios. La imagen nos trae recuerdos del Corazón de María, atravesado por los

siete puñales de su sufrimiento, o el de Santa Teresa, excitado por el dardo del

ángel. Es la tarjeta del día de San Valentín que hubiera pintado Beardsley, un

indisciplinado símbolo que Dickinson sugiere cuando escribe de una amiga:

«El más grande Corazón de una Mujer / es también capaz de aguantar la

Flecha» (309).

Los empalamientos de Dickinson pueden ser todavía más atroces: «Fácil

es sentir dolor en los Huesos, en la Monda — / pero el Berbiquí en los nervios

/ hiere con más delicadeza, con horror mayor» (244). El berbiquí en los

nervios indica una puñalada o punzada de dolor, una especie de neuralgia

espiritual. Pero la metáfora exige que visualicemos instrumentos punzantes,

sacacorchos, que hieren y desgarran fibras nerviosas. Es como el bisturí de un

cirujano demente o como la barrena de un escultor borracho. ¿Y qué es herir

con delicadeza? Esta yuxtaposición decadentista de la belleza y el horror

recuerda las «espantosas delicias» de Baudelaire. Es el tipo subliminal de

efecto sexual spenseriano al que tienden tan pocos poetas ingleses. La

«monda», opuesta al hueso, es la piel humana. Por lo común, sólo el queso y

la fruta tienen monda. Dickinson hace que el cuerpo humano sea pelable.

Convertida en un Apolo provisto de un pelapatatas, despelleja al Marsias de la

Humanidad y deja al descubierto los nervios vivos. En su laboratorio, el

hombre es un écorché de rojos jirones.

Los espectáculos de la aflicción pueden no tener la menor coherencia:

«Un Peso con Agujas en las libras — / que empuje y que pinche además — /

de manera que si la Carne consigue resistir la Presión — / también la fría Púa

lo intente» (264). Como los turistas en el Museo de Madame Tussaud, nos

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