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Sexual Personae - Camille Paglia

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arcaica. Durmiendo, como duermen, hasta veinte horas de las veinticuatro, los

gatos reconstruyen y habitan el primitivo mundo de las tinieblas. El gato es

telepático, o al menos piensa que lo es. A mucha gente le pone nerviosa su

fría mirada. Comparados con los perros, esclavos siempre deseosos de

complacer, los gatos son autócratas de egoísmo desnudo. Son amorales e

inmorales; rompen conscientemente las reglas. Su mirada «perversa» cuando

sucede así no es una proyección humana: puede que el gato sea el único

animal que saborea la perversidad o se refleja en ella.

Por eso el gato es un experto en los misterios telúricos. Pero tiene una

dualidad hierática. Es de ojo intenso. El gato fusiona la mirada de apetito de

la Gorgona con la mirada distante de la contemplación apolínea. El gato

valora la invisibilidad, y cómicamente se imagina invisible cuando pasea

perezoso por el jardín. Pero también le encanta ver y ser visto, como a todo el

mundo; es un espectador del teatro de la vida, divertido, condescendiente. Es

un narcisista que está siempre recomponiendo su aspecto. Cuando está

desaliñado, se pone de mal humor. Los gatos tienen un sentido de la

composición pictórica: se colocan siempre simétricamente en los sofás, las

alfombras, incluso sobre una hoja de papel caída en el suelo. Los gatos siguen

una métrica apolínea del espacio matemático. Altivos, solitarios, precisos, son

árbitros de la elegancia: ese principio que para mí es originario de Egipto.

Los gatos saben posar. Tienen un sentido de la «persona», del personaje, y

se sienten visiblemente avergonzados cuando la realidad viene a pincharles en

su dignidad. Los monos son más humanos, pero menos hermosos: ponen

posturas, pero no posan. Charloteando, brincando, dándose golpes de pecho,

enseñando el culo, los monos no son sino unos engreídos «parvenues» que

suben a bandazos en la escala evolutiva. Las sofisticadas «personas» del gato

son máscaras de un teatro mucho más avanzado. Sacerdote y dios de su

propio culto, el gato sigue el código de la pureza ritual, limpiándose

religiosamente. Se ofrece sacrificios paganos a sí mismo, y puede que

comparta sus ceremonias con los escogidos. Quienes tienen gato suelen

empezar el día encontrándose a la puerta de su casa, en el porche o en algún

otro rincón, un ordenado montoncito de tripas de topo o de miembros de ratón

machacados: recordatorios darwinianos. El gato es el habitante menos

cristiano del hogar medio.

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