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Sexual Personae - Camille Paglia

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de su hermana como en la reproducción de la escena ante los Norcross,

acercándoles como si fueran otro público y triplicando así las imposturas de la

poetisa. ¿Es Vinnie sigilosa «como un mocasín» o como una serpiente?

¿Consuela o seduce? Se trata de otra escena de ambigüedades spenserianas.

Poniéndose la máscara de la feminidad wordsworthiana para apartarse de un

espectáculo sádico, Dickinson es el centro de las miradas de filas y filas de

espectadores, empezando por la suya misma. Invita a los Norcross a mirar

para poder verlos mientras la miran a ella, como la Gwendolen de Wilde. Es

una triangulación teatral de percepción sadomasoquista, en parte coacción y

en parte autoinmolación. Un momento de complejidad parecida tiene lugar en

Madame Butterfly (1904) de Puccini, cuando Sharpless le pregunta cómo se

llama el hijo medio estadounidense de la geisha. La propia Butterfly contesta

dirigiéndose retóricamente a su hijo y atribuyéndole reproches, hasta que su

voz alcanza un clímax extático: «Contesta: mi nombre es hoy Conflicto. Pero

dile a mi padre cuando le escribas que el día de su regreso me llamaré Dicha».

El afecto se desliza de una persona a otra, y la inteligente Madame Butterfly

recoge el total de las miradas de compasión y sus rebotes, todo vuelve a ella,

la única persona que no nombra. Las analogías de las «personas del sexo» de

Dickinson son a menudo italianas. Sus antecedentes no están en la

respetabilidad puritana, sino en el sensacionalismo barroco.

Los personajes dulces y las expresiones de cariño que aparecen en las

cartas de Dickinson son como los artificios del que corteja o como un vestido

de domingo. Su actitud real con respecto a los destinatarios es profundamente

ambivalente: «¿Son las Amistades una Delicia o un Dolor?» (1199). En su

mundo todo aparece gobernado por una dialéctica sadomasoquista.

Experimenta oscilaciones de atracción y repulsión con respecto a la gente.

Como Baudelaire y Swinburne, piensa en el amor como en una aflicción. La

emoción enerva; es un gasto de energía psíquica en objetos que no lo

merecen. Se queja con amargura de la incapacidad de los demás para

mantener su nivel de intensidad: «Átame… Expulsa… Asesina» (1005).

Hubiera estado de acuerdo con Wilde, quien habla del dolor como de «una de

las maneras de autorrealización»: «El Placer para el cuerpo hermoso, pero el

Dolor para el Alma hermosa». [45] Para ella, el dolor es una especie de

sexualidad mental, una de las especialidades decadentistas.

Dickinson convierte la paradoja metafísica en combate sádico. El amor

divino «invita — espanta» (673). O «Hawthorne asusta, seduce». Las

relaciones son combates de lucha libre centrados en el dominio y la sumisión:

«Él era débil y Yo — entonces — era fuerte / De modo que me permitió

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