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Sexual Personae - Camille Paglia

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alto clasicismo con el sexo y la violencia de la madre naturaleza. Dioniso,

sometido por Apolo, siempre logra escapar y vuelve para vengarse.

El paso de Dioniso a Apolo y de Apolo de vuelta a Dioniso aparece

ilustrado en dos obras maestras del teatro griego, la Orestíada (458 a. C.) de

Esquilo y las Bacantes (407 a. C.) de Eurípides, cada una en un extremo del

periodo clásico ateniense. La belleza y la libertad de la escultura masculina,

las proporciones grandiosas y, sin embargo, humanas, del Partenón, son obra

de la generación de Esquilo, una generación estimulada por la derrota de los

invasores persas. La Orestíada proclama el triunfo de Apolo sobre la

naturaleza ctónica. Cincuenta años después, tras el declive y la caída del

poder de Atenas, Eurípides responde a todas y cada una de las afirmaciones

de Esquilo. Las Bacantes es una refutación punto por punto de la Orestíada.

Un vendaval de poder ctónico destruye la casa apolínea que Atenas había

levantado. Dioniso, el invasor llegado del este, vence allí donde los persas

habían sido derrotados.

Esquilo convierte la antigua leyenda de la Casa de los Atridas en una

metáfora del nacimiento de la civilización en medio de la barbarie. Para él, la

historia es progreso; a este respecto, se puede decir que es el primer liberal.

Por desgracia para las mujeres, el ideal de la democracia ateniense que se

celebra en la Orestíada requiere la derrota del poder femenino. Puede que el

lector moderno no capte el descarado chovinismo de Esquilo: en su

apropiación y conversión en ateniense de una dinastía homérica (cuando en la

Ilíada Atenas no es más que una aldea) se parece al poeta moderno

norteamericano que hace emigrar a Nueva York a los Caballeros de la Tabla

Redonda. Pero Esquilo tenía razón. Las décadas que siguieron constituirían

uno de los momentos álgidos de la historia mundial, un estallido de

creatividad que vendría acompañado por una misoginia institucionalizada.

Las mujeres no tuvieron papel alguno en la cultura clásica ateniense. No

podían votar, ni asistir al teatro ni pasear por la stoa hablando de filosofía.

Pero la orientación masculina de la Atenas clásica era inseparable de su

genialidad. Atenas alcanza ese grado de grandeza gracias a su misoginia y no

a pesar de ella. La homosexualidad masculina jugó un parecido papel de

catalizador en la Florencia renacentista y en el Londres isabelino. En esos

momentos, la unión, la solidaridad masculina goza de una seguridad en sí

misma que alcanza una intensidad amorosa, de una efímera convicción en la

victoria sobre las madres y sobre la naturaleza. La cultura occidental lleva dos

mil quinientos años alimentándose de los grandes logros de la hybris

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