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Sexual Personae - Camille Paglia

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(1711)

Ni pizca de caridad. Cara y piedra «coinciden», «se unen» aquí por una

malvada agresión. El potentado de éxito es un Goliat social herido en la frente

por un oscuro David, un personaje que Dickinson adopta en otras ocasiones

(540). Obsérvese el surrealismo satírico: el pétreo rostro es arrojado también,

vuela a «coincidir» con la piedra, como en una partida de bolos. Dickinson

comparte muchas imágenes y estados de ánimo con Lewis Carroll, otro célibe

fantasioso cuyos años más creativos, en el decenio de 1860, coinciden con los

de ella. Este poema es como una partida carrolliana de cróquet en la que la

pelota es golpeada con la cabeza de un flamenco humano.

Dickinson es una pionera entre las escritoras que han renunciado a la

buena educación. Cultiva una insolencia plebeya. Antaño La Mano Derecha

de Dios se hacía cargo de los muertos: «Ahora esa Mano ha sido amputada /

Y Dios no aparece» (1551). ¡Fuera esa mano!, ordena la Reina de Corazones

de Amherst. La sorprendente amputación de la mano de Dios representa la

naturaleza súbita de la crisis de fe moderna. Dios ha desaparecido dejando

detrás su mano cortada, como el colosal fragmento de Constantino en el patio

del Capitolio, tema favorito de los grabados del siglo XVIII. Todo lo que queda

de Dios es la mano muerta de la ley, carente de contenido moral. Su mano

aparece en otro lugar: «Del Cielo la más firme prueba / Sabemos fundamental

/ Si no fuera por su Mano merodeadora / El Cielo hubiera estado aquí abajo»

(1205). El Dios que condena a muerte es como Escila, que desde su

acantilado arrebata a las víctimas que se estrellan debajo. Es un bandido, un

corsario, el Azote del Hombre. Por fragmentación o división decadentista, la

Mano merodeadora es otro libre agente, una bestia de cinco dedos parecida a

una araña. Puede ser que la Doctora Dickinson se haya visto obligada a

amputar a causa de la gangrena: Dios sufre de pútrida obsolescencia. Pero es

más probable que ella sea la juez y él el malhechor. Le llama «Ladrón» y

«Poderoso Mercader», y le acusa de fraude: «“Padre Celestial”… / Pedimos

tu Perdón / Por tu propia Duplicidad» (49, 621, 1461). Así es como Emily

Dickinson, amante de carnicerías, arrastra a Dios al patíbulo arrancándole la

mano en una de las imágenes más audazmente disonantes de la poesía del

siglo XIX.

El humor de Dickinson es discordantemente lacónico. Uno de sus poemas

comienza: «Parte una Alondra en dos— y hallarás la Música» (861), lo que

implica utilizar un hacha para tratar con las aves canoras. Dickinson parte la

alondra como si fuera un tronco o un albaricoque. Es como el pato que puso

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