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Sexual Personae - Camille Paglia

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vecinos del piso de arriba es un cortejo fúnebre de pensamientos

desencantados. Es también el latido de un corazón románticamente

atormentado. Y sospecho aquí la presencia de dos elementos procedentes de

Poe: la casa-cráneo de La caída de la Casa Usher y la cámara de los latidos

culpables de El corazón delator. [2]

En Hurga en tu corazón, probablemente una referencia a un sermón

escalofriante, se dice del cerebro del oyente, en proceso de recuperación, que

«con frescor ebulle» (315). El cerebro ha estado hirviendo, pues, como una

olla al fuego. El cerebro licuado, humeante como el magma de un cráter,

puede ser también el contenido del cráneo:

¡Reordenar el cariño de una «esposa»!

¡Cuando me han dislocado el cerebro!

¡Amputarme el pecho pecoso!

¡Hacerme barbuda como los hombres!

(1737)

El cerebro tiene articulaciones que se prestan a ser retorcidas. Esta estrofa,

que aparece entre los poemas de casamiento en los que Dickinson juega con

las novias terrenales y celestes, es una fantasía violenta de desexuación

amazónica. ¿Quiénes son «ellos»? Lo leamos como lo leamos, el poema nos

ofrece siempre un espectáculo de tortura sádica. La hablante es una mártir,

Santa Catalina torturada por los representantes del Estado.

Pero basta ya de cerebros. Pasemos a los pulmones. «Una pequeña

sanguijuela en los órganos vitales — / una astilla en el Pulmón — / un tapón

despegado de la arteria — / apenas se consideran Males» (565). La

sanguijuela no está aquí por prescripción médica, sino que es un invasor

séptico, un parásito en el interior del cuerpo. Es sádica taquigrafía

dickinsoniana para hablar de la ansiedad insistente, de la hemorragia de una

herida invisible, como una úlcera. Su antecesor es el hígado perforado de

Prometeo. Pero la escena del sufrimiento no es sublime, sino doméstica. La

sanguijuela es el gusano del cielo, prima de la serpiente del Edén. Y el

padecimiento del que se queja la hablante, o más bien del que decide no

quejarse, es un padecimiento crónico, no un ataque agudo; una enfermedad

que la corroe sin un ápice del glamour romántico.

En cuanto a la arteria con el tapón despegado, se podría decir que

Dickinson ve estallar el cuerpo como un barril rajado del que mana un

apoplético chorro rojo. La astilla en el pulmón es uno más de sus trocitos de

metralla incrustados. No es probable que la astilla haya sido tragada, ¡aunque

leyendo a Dickinson no se puede desechar ninguna alucinación!

Página 735

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