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Sexual Personae - Camille Paglia

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nacimiento. Swinburne transforma el tizón en el hierro candente que es la

insoportable naturaleza sexual del hombre, ardiente pero entumecida. El

caduceo fálico de Hércules es un juguete en las manos de las mujeres. Las

Parcas concedieron a Altea control sobre el tizón; ella declara: «Los dioses

son muchos; yo soy uno de ellos». La maternidad y las divinidades se han

unido, una conspiración cósmica. Cuando Altea le echa en cara que ama a

otra, Meleagro se lamenta de la ambivalencia de la relación maternal, «pues

no hay nada más terrible para el hombre que el dulce semblante y el poder de

la madre». El amor es la máscara; el poder es la realidad. La madre se

encuentra al doblar cualquier esquina, multiplicada en cientos de formas

ocultas.

Cuando mata a su hijo arrojando el tizón de nuevo al fuego, Altea hace

una audaz afirmación de la prioridad materna:

El destino es mío para siempre; es mi hijo,

mi amante, mi hermano. Cededme vuestro lugar,

poderosos dioses; soy como cualquiera de vosotros,

capaz de dar vida y arrebatarla. Tú, vieja tierra,

que al hombre has hecho y deshecho; tú que tienes

la boca enrojecida de comer los frutos de tu propio vientre,

observa de qué lleno mi cuerpo

y con qué labios me alimento; de la carne misma

que mi propio cuerpo ha creado…

El diálogo vibra con alusiones bíblicas y clásicas. La madre reúne en su

persona toda la historia cultural. Igual que Clitemnestra, que asesina a

Agamenón por haber sacrificado a la hija de ambos, Altea insiste en que todos

los derechos morales y legales deben subordinarse a la maternidad. En

Swinburne el marido y el hijo son uno, marcado para la muerte. El incesto

romántico colapsa las relaciones humanas retrotrayéndolas a una unión

primordial. La novela familiar es el destino. Altea afirma que como madre

está por encima de los dioses: volvemos a Esquilo, que en las Euménides

comienza con el oráculo recitando a los sucesivos amos de Delfos, desde la

antigua Tierra (Gea) hasta los advenedizos Olímpicos. En Swinburne, la

Tierra, con la que se alía Altea, regresa para alejar a Apolo y retomar el

control. La Tierra es de naturaleza sádica; tiene la boca teñida de la sangre de

sus propios hijos, una de las más horrorosas imágenes de la poesía del

siglo XIX. Ella es el Saturno de Goya, devorando a su presa. Altea fusiona

abiertamente la Eucaristía con el banquete de Tiestes: recupera el cuerpo de

su amado hijo, al que cocina y consume en el caldero de su vientre. La familia

del hombre es la Casa de los Átridas, donde toda comunión es una sangrienta

última cena.

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