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Sexual Personae - Camille Paglia

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intentarlo, acabaría con las nalgas abrasadas. La micción masculina es

realmente una especie de aptitud, un arco de trascendencia. La mujer

sencillamente riega el suelo sobre el que orina. La micción masculina es una

forma de comentario. Puede que sea amistoso cuando es compartida, pero a

menudo es agresivo, como sucedió con el deterioro de ciertos edificios

públicos por parte de algunas estrellas del rock and roll de los sesenta.

Mearse en algo es criticarlo. John Wayne orinó en los zapatos de un director

refunfuñón delante del resto de los actores y del equipo de rodaje. Es ésta una

forma de expresarse que las mujeres nunca podrán dominar. Un perro que

marca todas las farolas y árboles de la manzana es como un artista de graffiti:

va dejando su firma cada vez que levanta la pata. Las mujeres, como las

hembras caninas, son criaturas que se acuclillan, apegadas a la tierra. No se da

en ellas la proyección allende los límites del ser. Reivindican el espacio

aposentándose en él, ocupándolo.

La incomodidad, el solipsismo, de ciertos aspectos de la fisiología

femenina, se hace tediosamente evidente, por ejemplo, en los espectáculos

deportivos y conciertos de rock, donde cincuenta mujeres hacen cola para

poder pasar a las celdas de clausura de los servicios. Mientras tanto, sus

amigos se suben y bajan la cremallera y esperan mirando el reloj y poniendo

cara de impaciencia. La idea freudiana de la envidia del pene se demuestra

también cierta saliendo del bar de copas, cuando siempre hay algún achispado

que se alivia la vejiga en la nocturnidad de un callejón, para la vejación de sus

amigas, que han de aguantarse las ganas. Esta compartimentalización o

aislamiento de la genitalidad masculina tiene también su lado oscuro. Puede

llevar a una disociación del sexo y la emoción, a la tentación, a la

promiscuidad y a la enfermedad. El homosexual moderno, por ejemplo, ha

buscado el arrebato sexual en los aseos públicos, tal vez el lugar menos

erótico del mundo para la mayoría de las mujeres.

Las metáforas masculinas de concentración y proyección son ecos del

cuerpo y del espíritu. Sin ellas, el hombre se encontraría indefenso frente al

poder de la mujer. Sin ellas, la mujer habría absorbido en su ser hace ya

mucho tiempo toda la creación. No habría cultura, ni sistema, ni orden

jerárquico. Para que el espíritu se libere de la materia, los cultos celestes

tienen que vencer a los cultos terrenales. Irónicamente, cuanto más piensa con

claridad apolínea, más participa la mujer moderna en la negación de su sexo.

La igualdad política de las mujeres, totalmente deseable y necesaria, no va a

remediar la separación radical entre los sexos, que empieza y acaba en el

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