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Sexual Personae - Camille Paglia

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Apolo demonizado

El arte decadentista

En las últimas décadas del siglo XIX, la literatura y el arte rebosan «personas

del sexo» decadentistas. Un poema de Albert Samain fechado en 1893

proclama el advenimiento de la «era del andrógino» que, cual anticristo, se

introduce en todas las esferas de la cultura. El andrógino decadentista, que

rechaza el sexo, es apolíneo: se opone a la naturaleza y muestra un alto nivel

de intelectualización, una especialidad occidental. Es más amenazador y

deprimente que radiante. Colette califica este tipo de andrógino de «ansioso y

velado», eternamente triste, acarreando siempre su «seráfico sufrimiento, sus

brillantes lágrimas». [1] De forma similar, Jung ve en la femenina cabeza de

Attis una «resignación sentimental», una pasiva autocompasión. [2] La

androginia no es, como quieren pensar muchas feministas, la solución a todos

los males de la humanidad. En La máquina del tiempo (1895) H. G. Wells

predice los peligros de la androginia colectiva. En la obra, la sociedad se ha

polarizado en una clase trabajadora, los feos y subterráneos Morlocks, y una

clase ociosa, los afeminados Eloi, hermosos, frágiles y apáticos. Los Eloi, o

habitantes del Mundo Superior, son unos parásitos estetas apolíneos y han

sido exilados del reino ctónico de la producción, gobernado por unos

utilitaristas malencarados. El viajero del tiempo de Wells empieza admirando

la androginia de los Eloi, pero su degeneración decadentista termina por

repelerle. El andrógino moderno, al que sólo le interesa la realización

personal, pierde aquella energía spenseriana generada por la oposición y el

conflicto.

El arte decadentista sufrió la misma suerte que la pintura académica de los

Salones, que fue barrida por el triunfo de las vanguardias y del Movimiento

Moderno. Los últimos veinte años están siendo testigos de un continuo

desempolvar de obras que fueron relegadas a los sótanos de los museos. Lo

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