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Sexual Personae - Camille Paglia

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recitadas en directo por unos bardos profesionales que tenían una resistencia

atlética. La Eneida es teatro para ser leído en privado. Virgilio era

melancólico, retraído, posiblemente homosexual. Su apodo, Parthenias, «el

hombre virginal», es un juego de palabras basado en su propio nombre,

Virgilius/virgo, y Parthenope, una forma poética de llamar a Nápoles, cerca

de donde estaba enclavada su villa.

Virgilio, a diferencia de Homero, frecuentaba círculos de aristocrático

refinamiento, conocía la mundanería febril de los medios cortesanos. Esta

experiencia afecta a la Eneida de una forma insospechada. Sus «personas del

sexo» han sufrido la misma transformación que su capacidad épica. Los

héroes de Homero se intercambian calderos y trípodes de hierro, utensilios

funcionales de valor en la Edad de Bronce. Las ofrendas de Virgilio son

objetos de arte, de oro y de plata y adornadas con piedras preciosas. Ya ha

aparecido la conciencia alejandrina del museo. El desapego y la experiencia

de Virgilio, tan perjudiciales para la pirotecnia varonil de la épica,

intensifican el aura erótica que envuelve a las personas y a las cosas. Hay en

la Eneida una intrincada red de relaciones psicológicas entre el poeta y el

poema que no aparece en Homero. Virgilio «tiene una relación» con Dido.

Las obsesiones, los sufrimientos y la pasión de amor-odio de ésta constituyen

la aportación más grandiosa a la literatura desde la Medea de Eurípides. La

identificación de Virgilio con Dido es tan palpable como la de Flaubert con

Madame Bovary o la de Tolstoy con Anna Karenina. Puede que el suicidio de

una heroína de voluntad masculina, que sucede en los tres casos, sea un rito,

un exorcismo, que objetiviza y pone fin al transexualismo espiritual del autor.

Al caer sobre la espada de Eneas, Dido exclama: Sic, sic iuvat ire sub umbras

(«que así me place, aun así, descender hacia las sombras». Eneida IV, 964-5).

El autoerotismo del líquido latín emociona e hipnotiza, como miel y vino. La

sombría lengua que golpea el interior de nuestra boca es tan íntima y fálica

como la fetichista espada del héroe.

No hay otra parte en la Eneida que se acerque a la brillantez de los libros

de Cartago. Posiblemente el poeta lo sabía, pues ordenó que quemaran el

poema a su muerte, una especie de autoinmolación, como la de Dido. Virgilio

es un poeta decadente, un virtuoso de la destrucción. Su descripción de la

caída de Troya es un apocalipsis cinemático; las llamas enardecen el cielo

nocturno mientras abajo todo es un remolino de violación y profanación. Su

iconografía característica es sinuosa, retorcida, brillante, fosforescente. La

única traducción al inglés que captura ese misterioso carácter demónico de la

Eneida es la realizada en prosa por W. F. Jackson Knight. En el poema

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