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Sexual Personae - Camille Paglia

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espejo del yo. Baudelaire hizo de la lírica un relicario de la decadencia. En

Huysmans, con su superabundancia de palabras raras, el lenguaje genera

nuevas y densas «personas». A Contrapelo (originariamente llamado Solo) se

basta a sí misma románticamente e invierte toda la energía lingüística en la

diferenciación sexual interna. Sus palabras son múltiples, esporas

reproductoras de la identidad competitiva. El todo, subdividiéndose en

fracciones, hace el amor consigo mismo.

Dos escritores menores de finales del siglo XIX también describen «personas

del sexo» caracterizadas por la sumisión y el enclaustramiento decadentistas.

En La Venus de las pieles (1870), Leopold von Sacher-Masoch, que dio su

nombre al masoquismo, crea un mundo teatral de dominio femenino. Igual

que Baudelaire y Swinburne, Masoch aclama «la tiranía y la crueldad que

constituyen la esencia y la belleza de la mujer». Severin, su protagonista,

impone un papel ritual a Wanda, a la que cubre con pieles y arma con un

látigo. Es un tótem ritual, lleno de símbolos. Severin dice: «Sólo es posible

amar de verdad lo que está por encima de nosotros». [46] Aquí se ve

claramente que el masoquismo no es una enfermedad sino un sueño

jerárquico, un realineamiento conceptual del orden sexual. Eros parodia lo

sagrado porque, como he sugerido, la sexualidad, incluso en sus más

perversas actuaciones, es implícitamente religiosa. El sexo es la unión ritual

entre el hombre y la naturaleza. La obsesión de Masoch con las pieles es, en

términos freudianos, una nostalgia fetichista del vello púbico de la madre.

Pero Anthony Storr dice que el fetichismo es «un triunfo de la imaginación

humana»: el deseo del fetichista avanza «de la sensación a la idea». [47] Yo

creo que las pieles de Masoch son ctónicas. Wanda las arroja alrededor de

Severin, cual red femenina de Esquilo, el yugo de la Necesidad: una imagen

que cita Masoch. Las pieles son «eléctricas», como el rayo de Zeus y el águila

de Atenea. Wanda es «la cruel Venus del Norte, cubierta con pieles», medio

ctónica, medio apolínea, fusiona los opuestos emocionales y culturales. El

centro imaginativo de la novela es una serie de asombrosos fotogramas de la

revelación de Wanda. Aparece en glamourosas actitudes hieráticas, con una

luz cegadora, icono apolíneo de un culto privado. La narración se interrumpe,

mientras contemplamos al andrógino en su modalidad apolínea, una obra de

arte visual que domina, transitoriamente, a su propio texto. Se necesitan unas

afirmaciones jerárquicas de una fuerza tremenda para someter sensorialmente

al agresivo ojo occidental.

El decadentista suele ser un hombre, puesto que la decadencia, que

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