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Sexual Personae - Camille Paglia

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de Herbert es muy similar al estilo de Safo. Si se quiere saber cómo suena

Safo en griego, lo mejor es leer a Herbert en lugar de leer las pésimas

traducciones de Safo al inglés. Herbert suprime todo lo abrupto o enfático, es

decir, masculino. Ignora, reprime o suprime los discursos elevados. El mundo

de Herbert, un mundo de contemplativa serenidad y susurrante intimismo, es

andrógino. Sus presencias masculinas divinas han interiorizado la feminidad,

de modo que las mujeres reales son innecesarias o están de más. Aunque sus

poemas parecen desarmadamente abiertos y transparentes, Herbert está

psicológicamente escondido. Está solo, bajo el cristal spenseriano.

Shakespeare logró evadirse de Spenser, pero Milton, como poeta épico,

tenía que encontrarse con Spenser en su propio campo. El paraíso perdido

(1660) se tambalea bajo el peso de The Faerie Queene. Si Spenser es el

Botticelli inglés, Milton es el Bernini. El paraíso perdido es un Laocoonte

barroco, que se estrangula con su propia ornamentación majestuosa. Aunque

Milton utiliza el verso rebosante de Shakespeare, no tiene, sin embargo, la

velocidad de éste. Lo mejor de El paraíso perdido son los desarrollos paganos

de Spenser. Lo peor, su sermoneo protestante falto de todo humor, que

encierra el poema en un provinciano nacionalismo. Milton sólo se puede leer

en inglés. Traducido, pierde toda su fuerza. El pagano Spenser corrompe al

puritano Milton. Milton intenta en vano corregir moralmente a Spenser. Pero

el pictorialismo italiano, procedente en parte de The Faerie Queene y en parte

de los pasajes más decadentes de la Eneida, anega la iconoclastia protestante

de Milton. El radiante acorazamiento apolíneo de Spenser se convierte en el

enfurruñado demonismo metálico de Milton, militante y misógino. Las

legiones de Satán resplandecen con la definida luz spenseriana. Milton se

hunde cuando canta la nebulosa informidad del bien. Su Dios es poéticamente

impotente. Pero sus ruidosas serpientes y monstruos spenserianos, su

exuberante Paraíso spenseriano, su malvado voyeurismo spenseriano: todo

ello es inmortal. Milton intenta vencer a Spenser mediante la palabra, con ese

fetichismo judaico con respecto a la palabra que enreda la mirada apolínea en

el laberinto de la etimología. Shakespeare lo logró reuniendo las palabras y

las «personas del sexo» paganas. Pero el Milton cristiano es dominado por

Spenser, que salta sobre él y a través de él hasta el Romanticismo.

Página 275

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