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Sexual Personae - Camille Paglia

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(872). La hora de tomarse un bocado ocupa la esfera entera del reloj en la

naturaleza de Sade. La soñolienta saciedad keatsiana no es posible en

Dickinson. Condena a sus criaturas a velar y a ayunar constantemente.

Las wordsworthianas ilusiones de la Humanidad con respecto a la

naturaleza son saboteadas sin cesar. Se pregunta Dickinson por qué una

mañana de verano los pájaros «Apuñalan mi espíritu arrebatado / Con

Cuchillos de Melodías» (1420). La autora está siendo atacada y violada por

una banda de aves canoras. Pero el escenario es un paisaje wordsworthiano

lleno de pájaros baudelarianos de pico amenazador. Sus trinos constituyen

una lluvia de cuchillos que caen sobre los viandantes (cf. «La Espantosa

Cuchillería» —rayos bífidos— que cae de «Las Mesas del cielo», 1173).

Dickinson compone una sádica cacofonía que es cruel belleza decadentista.

Otro poema presenta una banda sonora parecida: «El Hombre que ha de morir

mañana / Escucha al Ave del Prado / Porque es su Música lo que conmueve al

Hacha / Que su cabeza ansía» (294). La naturaleza se alía con las fuerzas

sociales de exterminio. Sus sonidos agradables incitan al hacha sedienta de

sangre. El alba despierta al verdugo, por supuesto, no al hacha. Pero en la

siniestra visión de Dickinson, el mundo no humano telegrafía sus señales de

colina en colina. El hacha se levanta y, como hace en otro lugar el patíbulo,

entona con avidez su ansioso relincho en que se funden oníricamente la

carreta tirada por caballos y la negación en la que consiste la ejecución sobre

la plataforma.

En Tanto temí aquel primer Petirrojo, un ave wordsworthiana agita de

nuevo a la autora con sus trinos insensatos: «Pensé que si me fuera posible

vivir / Hasta que concluyera aquel Grito — / A todos los Pianos del Bosque /

Les faltaría poder para despedazarme» (348). Los pianos son árboles que

suspiran al viento. Sus ramas, recortadas contra el cielo, las teclas negras

contra las blancas, resuenan como un arpa eólica. También Baudelaire oye

voces en los árboles, «vivos pilares» que pronuncian «palabras confusas»

(Correspondencias). Dickinson piensa en pianos como piensa en Hay un

Sesgo de la luz (258) en el opresivo órgano de una catedral. La palabra

«despedazar» le resulta atractiva por el número y por la destrucción que

implica respecto a las heridas. Pero ¿qué es un piano despedazador? Desde

luego el volumen es más alto que en un duelo de banjos. Uno se imagina a la

víctima enredada en las cuerdas del piano y herida por martillos amortiguados

con fieltro, como un jornalero atrapado por la trilladora. El hecho de que

piense en muchos pianos es altamente surreal, algo así como una película de

Busby Berkeley. La poetisa simplemente oye al viento desde su casa o desde

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