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Sexual Personae - Camille Paglia

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pensamientos poco ortodoxos tengan origen en el episodio del velo de la

Verónica, pues en ese momento Cristo llevaba un chador femenino. La

combinación que hace Dickinson de religión y alta costura recuerda a la de

Baudelaire y a la de Wilde.

Cristo está en el punto de mira de Dickinson porque su testamento

confunde los negocios de su padre. La poetisa es una Caperucita Roja que

descubre el rostro lobuno de Dios oculto en los márgenes floridos de la

naturaleza de Wordsworth. La encarnación de Cristo ha tenido un clímax

sangriento, al que se ha llegado por un camino empedrado de buenas

intenciones. He aquí una de las metáforas más brillantes de Dickinson: «El

Mío — por el Signo de la Prisión Escarlata — / No lo ocultan los Barrotes»

(528). El cuerpo es la Muerte Roja de Poe y la celda de tortura que se encoge.

La red de venas y arterias del cuerpo (como un rollo de malla para el

gallinero) constituye los barrotes de la puerta y de la ventana. Lo que es

«mío» es la certidumbre de la extinción. El signo llamativo de la prisión

escarlata es la mortalidad, que no pueden ocultar los barrotes o los tribunales

del futuro juicio divino. Dickinson está de acuerdo en que la vida imite a

Cristo, puesto que nuestra extensión corporal nos clava a la cruz del árbol de

la naturaleza blakiano.

En Dickinson la conciencia adopta la forma de un cuerpo torturado en

cada uno de sus miembros. Sus metáforas sadomasoquistas son el Hombre

Universal de Blake, ensañado consigo mismo, como el Jesús subastador. Sus

personajes sufrientes constituyen el yo expandido del Romanticismo. He

argumentado que el sadomasoquismo moderno constituye una limitación de la

voluntad y que para un romántico como Kleist, obsesionado por la

mastectomía, representa una reducción del yo. Un análisis feminista

convencional de la vida de Emily Dickinson la vería acorralada en todos los

frentes por la respetabilidad y el paternalismo, que supondrían un gran

impedimento para su talento. Pero el estudio del Romanticismo revela que los

poetas que siguen inmediatamente a la Ilustración se enfrentan a la ausencia

de límites, a la brutal expansión de la imaginación solipsista. Por ello el

encuentro menos controlado de Dickinson tiene lugar con la serpiente de su

yo antisocial, que sale al exterior como los vientos cuando Eolo les abre la

bolsa.

Es indudable que Dickinson protagoniza una guerra de guerrillas contra la

sociedad. Sus fracturas, sus mutilaciones, sus empalamientos y amputaciones,

constituyen una subversión de las estructuras estables de los legisladores

apolíneos. Dios, o la idea de Dios, es el «Único» sin el que la multiplicidad de

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