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Sexual Personae - Camille Paglia

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Rougemont, el amor occidental es desgraciado o está obsesionado con la

muerte. En Dante y en Petrarca, el amor que frustra al amante no es neurótico,

sino ritual y conceptualizador. Occidente convierte en arte y pensamiento la

fría manipulación de nuestras firmes «personas del sexo».

El ser dominado por la personalidad hermosa es fundamental en el

Romanticismo, especialmente en la oscura corriente coleridgiana, que llega, a

través de Poe y Baudelaire, hasta Wilde. El prerrafaelista, Dante Gabriel

Rossetti, imitando a su homónimo, se inventó a su propia Beatriz, la

enfermiza Elizabeth Siddal, que aparece obsesivamente en toda su obra. Que

Siddal, al igual que Beatriz y Laura, era una versión femenina del efebo queda

demostrado en la rapidez con la que su rostro se convierte en el de un

hermoso joven en las pinturas del discípulo de Rossetti, Edward Burne-Jones.

La distancia narcisista del efebo y su autismo latente devienen una especie de

sonambulismo en la pensativa Musa de Rossetti. Antínoo, Beatriz, Laura y

Elizabeth Siddal entraron fácilmente en el arte debido a que su personalidad

fría e inaccesible ya tenía de por sí el distanciamiento abstracto de un objeto

artístico. La clave es trascender la identidad sexual.

John Hinckley, torpe como una gallina clueca, enamorado de una Jodie

Foster con ademanes de muchacho, es una réplica de la sumisión de Dante a

la distante Beatriz. El amor de Dante era igualmente absurdo, pero al menos

hizo poesía de él. El tonto que se lo toma al pie de la letra, no siendo capaz de

reconocer la agresión inherente a la mirada occidental, agarra una pistola en

lugar de la pluma. La ambigüedad sexual del personaje de Jodie Foster en la

pantalla respalda mi opinión con respecto a Beatriz. La ausencia de toda

obligación moral en esta religiosidad sexual explica la amoralidad del

esteticismo. Oscar Wilde creía que la persona hermosa tenía un derecho

absoluto para cometer cualquier acto. La belleza sustituye a la moralidad

como orden divino. Como decía Cocteau siguiendo a Wilde: «Los privilegios

de la belleza son enormes».

El efebo, objeto de todas las miradas, clava la suya en el suelo o en la

lejanía o directamente mira al vacío porque no reconoce la realidad de las

otras cosas o personas. Al hacer que Alcibiades irrumpa borracho en el

Banquete, poniendo punto final al debate intelectual, Platón reflexiona

retrospectivamente sobre lo perjudicial que fue para Atenas su fascinación

con la belleza. El mimado y cautivador Alcibiades traicionaría a su ciudad y

terminaría en desgracia en el exilio. Cuando el efebo deja el reino de la

contemplación por el reino de la acción, el resultado es el caos y el crimen. El

Alcibiades de Wilde, Dorian Gray, convierte la corrupción en una ciencia.

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