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Sexual Personae - Camille Paglia

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separarse de la naturaleza, el Decadentismo expulsa a Rousseau del

Romanticismo. Sade, como hemos visto, combate a Rousseau demonizando la

naturaleza y descendiendo hasta el centro de su turbulencia. El Decadentismo

pasa de la energía a la paralización, al estancamiento. La pasividad creativa

romántica se convierte en el esteticismo decadentista, en la contemplación de

objetos preciosos que se cierran a la naturaleza. La Zambinella de Balzac es el

primer objeto artístico decadentista. El castrato transexual es un sexo

artificial, producto de la biología manipulada con fines artísticos. Zambinella

sí que da vida a otros objetos artísticos. En primer lugar, la estatua de ella/él

que esculpe Sarrasine; en segundo lugar, la copia en mármol encargada por el

cardenal; en tercer lugar, la pintura de Adonis basada en la copia; y

finalmente, la sensual pintura de Girodet de un afeminado Endimión dormido

que, según afirma Balzac, fue inspirada en el retrato de Zambinella

caracterizado de Adonis. El estéril castrato, propagándose en otras obras de

arte, es un ejemplo de mi «andrógino tecnológico», el objeto manufacturado.

Al igual que el Caballo de Troya de Virgilio, está preñado de semillas

inorgánicas.

De forma similar al poeta de Coleridge, Zambinella es un ser privilegiado,

pero está maldito. Su castración es el sacrificio chamánico de la virilidad que

acompañaba en la Antigüedad a unos dones especiales. Universalmente

aclamada, padece, sin embargo, su cruel separación de la vida normal. Odia a

la humanidad: «El mundo está desierto para mí. Soy una criatura maldita». El

solitario aislamiento del andrógino tiene su origen en Fragoletta y predice el

poema Delphine et Hippolyte de Baudelaire, quien toma las palabras de

Balzac. Zambinella habita un misterioso témenos, una zona restringida creada

por su poder jerárquico. Cuando Sarrasine la ve por primera vez, está

protegida por el marco teatral, que nadie puede traspasar. Al visitar su

mansión, Sarrasine es conducido por un «laberinto» de estancias y escalinatas

iluminadas por la luna hasta el recóndito sanctasantórum, un suntuoso

«aposento misterioso». Zambinella está, de hecho, custodiada en un serrallo,

un motivo que Balzac vuelve a emplear en La muchacha de los ojos de oro.

El secuestro físico y psíquico es un motivo decadentista. El despiadado

jerarca de Sarrasine, el enigmático cardenal, mantiene a Zambinella en

cautiverio. Zambinella es un valioso objeto artístico que se deja en préstamo

para su exhibición pública, siempre vigilada. Desde su distante omnisciencia,

el cardenal se parece al duque de Cellini que escuchaba, oculto, cómo la plebe

adulaba el Perseo. La obra está bajo celosa custodia, amorosa y despótica.

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