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Sexual Personae - Camille Paglia

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Dioniso es el retorno de lo reprimido, el ello de las Furias de Esquilo

liberándose de su esclavitud.

Al hacer la crónica del nacimiento de una nueva religión a partir del

colapso de una anterior, las Bacantes prefiguran curiosamente el Nuevo

Testamento. Cuatrocientos años antes de Cristo, Eurípides describe el

conflicto entre la autoridad armada y el culto popular. Un inconformista de

pelo largo, que se proclama hijo de Dios nacido de una mujer humana, llega a

la capital acompañado por una cuadrilla de desaliñados discípulos, con pinta

de paletos. ¿Son las palmas de la entrada de Jesús en Jerusalén una versión de

los thyrsi, las poderosas varas de pino dionisíacas? El semidiós es arrestado,

interrogado, ridiculizado, encarcelado. No opone resistencia, entregándose

suavemente a sus perseguidores. Sus discípulos, al igual que haría San Pedro,

se escapan cuando milagrosamente se sueltan sus cadenas. Una víctima ritual,

que simboliza al dios, es empalada en un árbol y luego muerta y su cuerpo

hecho pedazos. Un terremoto derrumba el palacio real, como el terremoto que

rompe el velo del templo, símbolo del antiguo orden, durante la crucifixión de

Jesús. Ambos dioses son queridos por las mujeres, cuyos derechos amplían.

La obra identifica al travestido Dioniso con las diosas-madre Cibeles y

Deméter. Se venga de la difamación de que ha sido objeto su madre

enloqueciendo a la hermana de ésta, Ágave, y llevándola a cometer un

infanticidio. Ágave, jugueteando en el escenario con su sangriento trofeo,

acuna la cabeza decapitada de su hijo Penteo en una espantosa burla de la

pietà. Imita contra su voluntad a la madre naturaleza asesina. Eurípides

muestra lo que se excluye en la supuesta universalidad de la tragedia

ateniense. La misteriosa sonrisa de Dioniso, juguetona y cruel, viene a

desmentir la suprema seriedad de la tragedia. El voyeurismo salaz al que

Dioniso arrastra a Penteo puede ser el comentario que hace Eurípides a la

evasión moral del teatro: el perverso voyeurismo del público, el residuo de

barbarismo puro presente en las muertes y catástrofes que se representan en la

tragedia. En las Bacantes, los discursos de los mensajeros están llenos de

detalles grotescos y prodigiosos. Las salvajes Ménades, ceñidas con culebras

retorcidas, dan de mamar a lobos y gacelas. De la tierra mana agua, vino,

leche. Las mujeres descuartizan el ganado sólo con las manos. Las serpientes

lamen la sangre que les salpica en las mejillas. Desmembrando el cuerpo de

Penteo, las Ménades juegan a la pelota con sus brazos, sus pies, sus costillas.

Ágave, echando espuma por la boca, empala la cabeza de su hijo en su vara.

En sus palabras salvajes y juguetonas podemos observar directamente la

fantasía demónica, el infernal paisaje nocturno de los sueños y de la

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