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Sexual Personae - Camille Paglia

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haya mucho con qué crearla. Como Shelley en Epipsychidion, se enamora de

la personalidad carismática. Como Swinburne en Dolores y en Faustine, es

fiel a un culto sexual y elige dioses y santos a los que pone velas. El teatro

depende de una distancia jerárquica y por ello no es posible la intimidad

matrimonial con ninguno de los sexos. Las cartas imponen severamente una

sensación de extrañamiento incluso con respecto a sus favoritos. Dice en una

nota dirigida a Susan, al parecer después de que ésta volviera de un viaje:

«Tengo que esperar unos Días para verte — Eres demasiado importante. Pero

recuerda, es idolatría, no indiferencia». [48] Complejas restricciones y

demarcaciones ceremoniales. Susan y Austin vivían en la casa contigua: las

lindes bien cuidadas son el fundamento de una buena vecindad. En un poema

dirigido a Catherine Scott Anthon, a quien tal vez no ha abierto la puerta,

Dickinson confía en que algún día las personas a las que quiere comprenderán

«Por qué lo he evitado tanto»: «La evitamos porque valoramos su Rostro /

para evitar que la inefable contaminación de la vista / Mancille nuestra

Adoración» (1410). Para el romántico, la realidad siempre es vulgar. La idea

de la amada es siempre superior a la realidad. Dickinson tiene con respecto a

sus dioses la actitud de un conservador de museo: para que ellos mantengan

su valor, ella debe negarse a verlos. Perpetúa la divinidad de sus elegidos

encerrándolos en la celda de su imaginación, de la que no pueden salir para

concretar su presencia. La reclusión es su arma perceptiva contra la

desilusión.

Hasta la publicación de su obra completa en 1955, Emily Dickinson fue la

heroína de una especie de novela sentimental estadounidense. Desafortunada

en amores, languidecía en soledad, escribiendo poemas sobre pájaros y abejas

y ofreciendo a los niños pobres galletas de jengibre desde la ventana. Se

proponían candidatos para ocupar el lugar del misterioso rompecorazones: un

sacerdote, un hombre casado, un inválido. Honra a los estudiosos de la obra

de Dickinson el que muy pronto se dieran cuenta de cuán reductivo resultaba

esto. Su poesía muestra que los hombres en general no tenían demasiada

influencia en su vida imaginativa. Ya hemos visto que los poemas más

vívidos presentan al amante muerto o moribundo. En una de las fantasías

heterosexuales se dedican tres estrofas a la descripción del mal tiempo que

hace antes de pasar a la hogareña escena doméstica: «Cuánto más agradable

— le dijo ella / Al Sofá que estaba enfrente — / El aguanieve — que el mes

de Mayo, no Tú» (589). Entra y sale el amo en el papel de diván tapizado. El

sofá no es sino el cadáver habitual plantado en el salón como la momia de

Psicosis en la mecedora. El hombre, en Dickinson siempre temporalmente

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