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Sexual Personae - Camille Paglia

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llega a aparecer en la obra. Sin embargo, Eurípides describe su muerte con

una meticulosidad terrible y misteriosa, amenazando así nuestra simpatía

hacia la protagonista y sus motivos para el asesinato. Medea, la dotada

sobrina de la hechicera Circe, es un vehículo del desorden ctónico. Es una

mujer capaz de metamorfosear el oro en escoria; el gozo en horror.

Esta escena anuncia el paso del alto clasicismo griego al estilo helenístico.

El padre aferrado al cuerpo de su hija es como Laocoonte muriendo junto a

sus hijos estrangulados por las serpientes. Ambos rompen los contornos

apolíneos del cuerpo. La fuerza emotiva del pasaje reside en el contraste

brutal entre la afectada vanidad de la princesa y la súbita disolución de sus

rasgos, que se vuelven irreconocibles. Holocausto y apocalipsis. Queda

reducida a la nada, incinerada por un invasor distante. La presumida princesa

es hermana del presumido Penteo, estupefacto en el eléctrico momento que

precede a la caída del rayo. Espejo, corona, palacio: la princesa representa la

individualidad apolínea y la jerarquía social. Cuando el feminista Eurípides

recapacita sobre la Atenas de Fidias, del mismo modo que Esquilo la

anticipaba, las «personas del sexo» del alto clasicismo griego le resultan

superficiales y convencionales. El fatuo Jasón, al igual que el segregado

público ateniense, ofrece unas rígidas definiciones de lo masculino y lo

femenino. La peripuesta princesa cae víctima del desbordamiento ctónico. Se

esfuma el apolíneo principium individuationis del padre y de la hija. Agitando

su cabeza en llamas, la princesa inicia una especie de danza de la muerte

menádica. Su carne se funde «a modo de lágrima de pino»; se convierte en un

fluido dionisíaco. La princesa muere por sedición de su propio cuerpo, en el

cual es crucificado su padre, como Penteo en el abeto. Con la carne

desgarrada en sparagmos, yacen abrasados por el éxtasis y la aniquilación.

Eurípides hace que choquen dos planos de la realidad. En medio del

mundo de resplandecientes apariencias apolíneas surge una fuente de fuerza

ctónica que, originándose en las profundidades del caos primigenio, viene a

disolver la forma. Lo inteligible se pierde momentáneamente en lo irracional,

representado en el flujo de lava ardiente generado por el propio cuerpo

humano. El rey, atrapado por su hija convertida en una tea, se convierte en el

resinoso tronco de Hamlet padre, un cadáver enterrado en un jardín. Eurípides

destroza el psicodrama de la Orestíada: cuando el ello anega al joven yo de la

princesa, ningún Apolo acude a rescatarla. Lo ctónico triunfa en Medea, como

lo hará posteriormente en las Bacantes. Las dos obras son simétricas: se le

niega la ciudadanía a un extranjero sexualmente ambiguo y con facultades

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