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Sexual Personae - Camille Paglia

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empírico, visible», simbolizaba para los antiguos «la totalidad de lo que ellos

llamaban realidad»: «lo tangible, lo sensible, lo presente, lo actual». [2] Yo

diría que los griegos eran unos materialistas visionarios. Veían las cosas y las

personas definidas, relucientes, radiantes de brillo apolíneo. Conocemos al

Dioniso menádico fundamentalmente a través de la pintura de la cerámica

arcaica. Sólo aparece en forma de estatua cuando pierde la barba y el atuendo

femenino y se hace efébico y olímpico, a partir del siglo V. La cultura

ateniense del alto clasicismo está basada en la autoridad y la externalidad

apolíneas. «Después de Platón, la tendencia general de la filosofía griega»,

observa Gilbert Murray, [3] «fue alejarse del mundo exterior y centrarse en el

mundo interior del alma». El paso de fuera adentro del pensamiento griego

corre paralelo en el arte con el cambio del desnudo masculino al femenino,

del gusto homosexual al heterosexual. Dice así Spengler con respecto a la

sociedad griega: «Lo que pasaba lejos y raudo, lo que no era visible, no

existía para ella». [4] Previamente he citado la observación de Karen Horney

con respecto a la imposibilidad de las mujeres de verse sus genitales. La

visión griega del mundo estaba basada en el modelo de la absoluta

exterioridad de los órganos sexuales masculinos. La cultura ateniense floreció

en la exterioridad: el aire libre del ágora, la desnudez de la palestra. En la

escultura del siglo V no hay desnudos femeninos porque imaginariamente la

sexualidad femenina no «estaba allí»; estaba enterrada, como las Erinias

convertidas en Euménides. A la vieja crítica de que los griegos dieron a sus

estatuas unos genitales de niño, se podría contestar diciendo que en el

desnudo masculino griego todo el cuerpo es un genital proyectado. La

modestia con la que se inclina la Afrodita de Cnido marca el giro hacia la

interioridad sexual y espiritual. Es el fin de Apolo.

La kalokaigathia, la combinación de lo hermoso y lo bueno, estaba

implícita en la visión griega del mundo desde los orígenes. La idealización

apolínea de la forma ya estaba presente en Homero, cuando las artes visuales

tanteaban todavía en busca de un estilo. La cinemática representación

homérica introduce en el mapa literario la acorazada personalidad occidental.

Jane Harrison sugiere, sin llegar a elaborarlo, «el horror homérico a la

ausencia de forma». [5] Yo encuentro este horror en la épica batalla entre

Aquiles y el río Escamandro que tiene lugar en la Ilíada, un extraño episodio

que oscila de una forma un tanto surrealista, entre el terror y la comedia. El

río representa un estado semifluido de la identidad, una personificación que se

dilata y se contrae a voluntad. Habla y piensa como un semidiós, luego se

funde en la inmensidad de las fuerzas naturales, allende toda escala humana.

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