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Sexual Personae - Camille Paglia

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historia contemporánea como una serie de alegorías. Gisela Richter observa

que «no tenemos ni una sola representación de las batallas de las Termópilas

y de Salamina, ni tampoco de la Guerra del Peloponeso, de la Gran Peste o de

la Expedición Siciliana… Qué distintos los romanos o los egipcios y asirios

con esos interminables frisos que registran sus victorias sobre sus enemigos».

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El arte romano empleaba los hechos para magnificar la realidad; el arte

griego transformaba la realidad por el procedimiento de eludir los hechos. La

arquitectura romana era igualmente pragmática, y destaca sobre todo por su

brillante ingeniería y sus colosales obras públicas, como baños, acueductos y

toda una red de calzadas tan firmes que muchas están todavía en uso. El

sentido apolíneo griego era una proyección sublime, la mente convertida en

refulgente materia. Pero el sentido apolíneo romano era un juego de poder,

una proclamación de la grandeza nacional. La firme personalidad romana

descendía en definitiva de la autoconceptualización faraónica, de las

entronizaciones cuadradas del Imperio Antiguo.

¿Y qué pasa con el rival de Apolo? El Baco romano no es el equivalente

de Dioniso. Baco es simplemente un dios del vino ruidoso y camorrista, un

borrachín que hace reír. Dioniso tenía en Grecia la fuerza que tenía debido al

dominio de la conceptualización apolínea. El combate entre Apolo y Dioniso,

un combate nunca resuelto, produjo la rica diversidad de la cultura griega.

Dioniso no era necesario en Roma porque la religión italiana ya tenía de

antiguo un fuerte elemento telúrico. Los romanos se apropiaron

indiscriminadamente del prestigio griego y así identificaron a la fuerza sus

dioses con los dioses del Olimpo, una equiparación imperfecta, sobre todo en

el caso de la salvaje Diana. Los manes, los muertos deificados, ocupaban un

reino ctónico sepulcral. La veneración de los ancestros implica también temor

a los ancestros. El perenne recuerdo de los muertos tenía en Roma, en parte,

un fin conmemorativo y, en parte, un fin propiciatorio. En las festividades de

la Parentalia, que se celebraban en febrero, se honraba durante una semana a

los muertos de la familia. En las de la Lemuria, celebradas en mayo, se

expulsaba a los espíritus de la casa familiar. Los muertos eran en una medida

la sombra de la conciencia sumisa de los vivos.

Incluso hoy en día, los parientes de mi madre en un pueblo cercano a

Roma van al cementerio todos los sábados a poner flores en las tumbas de sus

muertos. Es como una merienda campestre. Recuerdo el escalofrío y el temor

que me daba de niña la lamparilla que mi abuela mantenía siempre encendida

junto al retrato de su hija muerta, Leonora; una llamita amarilla parpadeando

siempre en la oscura habitación. En la cultura italiana ha existido siempre,

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