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Sexual Personae - Camille Paglia

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cargarse a sus propios personajes desde una cumbre invisible. Emily Brontë

es como la Artemisa Hecaerge, la que dispara desde lejos, la que opera a

distancia.

El espantoso sueño de Lockwood con el fantasma de Catherine es un

recorrido de la crueldad menos obvia a la más obvia. Es extraño que este

pasaje apenas haya sido comentado. Sin embargo, constituye el centro

psicológico de la novela, directamente salido de la inspiración de Brontë.

Revisando unos libros mohosos en Cumbres borrascosas, Lockwood se queda

dormido. De pronto le despierta una rama de abeto arañando la ventana:

—Tengo que parar esto como sea —murmuré, rompiendo con los nudillos el cristal y

alargando el brazo para coger la rama importuna, pero en lugar de esto, mis dedos se cerraron

en los de una manita helada.

Un intenso horror de pesadilla me sobrecogió, intenté retirar el brazo, pero la mano se

aferraba a él, al tiempo que una melancólica voz sollozaba:

—Déjame entrar, déjame entrar.

—¿Quién eres? —pregunté, luchando mientras tanto por desasirme.

—Catalina Linton —contestó temblando. (¿Por qué pensé en Linton? Había leído veinte

veces más Earnshaw que Linton). ¡Vuelvo a casa, me he perdido en el páramo!

Mientras hablaba, distinguí vagamente el rostro de una niña mirando por la ventana. El terror

me volvió cruel y, viendo que era inútil intentar desembarazarme de aquella criatura, apreté

su muñeca contra el cristal roto y lo froté hasta que brotó la sangre y empapó las sábanas, mas

seguía gimiendo:

—¡Déjame entrar! —Y mantenía su tenaz opresión hasta casi enloquecerme de terror.

—¿Cómo quieres que lo haga? —le dije al fin—. Suéltame si quieres que te deje entrar.

Los dedos se aflojaron, retiré los míos por el agujero, me apresuré a poner contra él los libros

amontonados en una pirámide, y me tapé los oídos para no oír el quejumbroso ruego. Me

pareció que los tuve tapados más de un cuarto de hora, pero en cuanto escuché de nuevo, allí

continuaba el triste gemido.

—¡Vete! —grité—, jamás te dejaré entrar, ni aunque me lo pidas durante veinte años.

—Hace veinte años —gimió la voz—, hace veinte años que ando extraviada. [30]

La muñeca hundida en el cristal roto es una de las escenas más atroces de

la literatura, pues implica la tortura de una niña. La coleridgiana y byroniana

Emily Brontë le ajusta las cuentas a Wordsworth. Al arrastrar al pedestre

Lockwood hasta este sangriento espectáculo pagano, demuestra el carácter

innato del sadismo. El primitivo instinto de preservación del soñador rompe la

máscara de los buenos modales o de la costumbre social. Un hombre que en

situaciones normales estrecharía o besaría tiernamente la mano de una dama

intenta aquí destrozársela. El viajero Lockwood hace un periplo

wordsworthiano de vuelta a la naturaleza y se encuentra en medio de su

propio corazón de las tinieblas, un dominio demónico donde no hay

compasión, sino barbarie. La escena tiene una maravillosa lógica onírica. Por

ejemplo, el brazo del fantasma es una rama de abeto, porque la salvaje

Catherine ha sido reabsorbida por la naturaleza. Autodestructiva en vida, es

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