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Sexual Personae - Camille Paglia

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indispuesto, es atado en su lugar, como un condenado en la silla eléctrica. La

tetraplejia y el rigor mortis son su manera de tratar a la flexibilidad masculina.

Los contemporáneos de Dickinson se dieron cuenta de sus ambigüedades

con respecto al matrimonio. A menudo escribía sólo a la esposa y utilizaba

eufemismos llamativos para referirse al marido. La escritora Helen Hunt

Jackson le dice: «“El hombre con el que vivo” (supongo que recuerdas

haberte referido a mi marido mediante esa frase curiosamente directa) está en

Nueva York». Esta manía es como la exclusión por parte de Lewis Carroll de

maridos y de hermanos en sus invitaciones a cenar. Dickinson anula

agresivamente al marido de la esposa. Una de las víctimas es Higginson,

quien le escribe a su mujer: «E. D. soñó toda la noche contigo (no conmigo);

¡al día siguiente recibió la carta en la que yo le proponía venir! Sólo sabía de

ti por una mención que yo hacía en la reseña de Charlotte Hawes». [49] Es

evidente que la poetisa ha reconstruido a su mentor, de una forma más

aceptable sexualmente, como si fuera un zumo de naranja congelado.

Aunque la imagen popular de una Emily Dickinson herida de amor ha

quedado finalmente desechada, muchos de sus comentadores todavía siguen

manteniendo la idea, totalmente improbable, de que ya cerca de los cincuenta,

Dickinson consideró seriamente la idea de casarse con el juez Otis P. Lord, un

amigo íntimo de su padre muerto. No puedo escribir las palabras «Juez Lord»

(Lord = Señor) sin sonreír. La simple mención de una combinación tan

imponente de cargos debía de producir en la poetisa deliciosos escalofríos de

subordinación. Mi teoría es que Dickinson utilizó a Lord para una

rematerialización cinemática de la presencia limitadora de su padre. Éste (a

quien Higginson describía como «seco y parco en palabras») era el agente

simbólico de la limitación, el cual la obligaba a doblegar y disciplinar su yo

expandido. Es ridículo suponer que Emily Dickinson hubiera podido o

querido tolerar un solo día de privación de su monástica autonomía. Sus

cartas a Lord son fingidas y artificiales. La voz pertenece a sus exaltadas

«personas» femeninas, a las que arropa convirtiéndolas en actitudes devotas.

La intensidad emocional de las cartas a Lord resulta completamente borrada

por la que muestran las dirigidas a aquella persona con la que sí mantuvo una

relación pasional: su cuñada Susan. En todos los aspectos, salvo el genital, la

turbulenta relación que mantuvieron estas dos mujeres durante treinta y cinco

años fue una relación amorosa.

Susan Gilbert era la mejor amiga de Emily Dickinson hasta su matrimonio

con Austin, el hermano de la poetisa. Por consiguiente, su reivindicación del

cariño de Susan debió de ocupar un lugar primario. Puede que el adulterio de

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