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Sexual Personae - Camille Paglia

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El 13 de noviembre de 1895, me trajeron aquí desde Londres. Aquel día hube de estar desde

las dos y media hasta las tres de la tarde, con traje de presidiario y esposado, expuesto a las

miradas del público en el andén central de la estación de Clapham Junction… Al verme, la

gente se reía. Cada nuevo tren que llegaba aumentaba el número de curiosos, y se divertían de

un modo indescriptible. Claro que esto fue antes de saber quién era yo. En cuanto lo supieron,

se rieron con mucha más gana todavía. Media hora larga permanecí yo allí, bajo la lluvia gris

de noviembre, entre las burlas del populacho. Durante un año entero he llorado todos los días

a la hora y durante el tiempo en que ello me ocurrió. [19]

El temido andén de lady Bracknell será también el lugar donde Wilde

sufra la mayor humillación. ¿Quién puede dudar de que la imaginación es

capaz de moldear la realidad a su voluntad? Emerson dice: «El alma contiene

aquello que le va a acontecer, puesto que ese acontecimiento no es sino la

realización de sus pensamientos». [20] Tan similares son estas escenas de

exposición ritual que me pregunto si el recuerdo de Wilde de Clapham

Junction no sería una alucinación, una variación de un tema artístico,

imaginado en la soledad y la miseria de la cárcel. Pero si lo damos por cierto,

constituye un ejemplo más de su poder chamanístico para hacer realidad sus

propias ideas. La publicación de Dorian Gray sacó a la luz a lord Alfred

Douglas, el efebo destructor que llevó a Wilde a la ruina. Clapham Junction

aparece como la angustiosa materialización del principio wildiano de la vida

como espectáculo. Toda la tradición tardorromántica de experiencia visual

concentrada alcanza un desastroso apogeo en el andén de esa estación, y

termina allí, con Wilde como vertiginoso centro del mundo visible, del mismo

modo que el Anciano Marinero había sido el centro de la ira cósmica, salvo

que en este caso toma la insoportable forma de la carcajada. Al perder el

control del género dramático, el comediante es devorado por el público.

El ingenio epiceno ha recibido poca atención, en parte porque no encaja en

ninguna categoría crítica. Por eso se considera que las obras de teatro de

Wilde son merecedoras de análisis, pero no así su propia forma de hablar. Sin

embargo, el andrógino amanerado, representado por el propio Wilde, hace un

arte de la palabra, un arte que sólo podemos examinar cuando ha sido

preservado por algún amanuense como Boswell. Con su formalismo radical,

Wilde creó un lenguaje original que yo llamo monologue extérieur. La lengua

epicena moderna que hablan ciertos homosexuales es, creo yo, un vestigio del

tardorromanticismo y constituye una poesía perdida no reconocida.

Los epigramas de Wilde se parecen a esos chistes rápidos de los

humoristas americanos, que ciertos cómicos judíos han sacado del terreno del

vodevil. Woody Allen hace uso del estilo axiomático a modo de ácido tropo:

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