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Sexual Personae - Camille Paglia

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psicodinámica todavía sin trazar de la catexis erótica, artística y teatral. Yo

defino el Romanticismo americano como Decadentismo, a la manera

francesa. La Decadencia es una contrarreacción en el seno del Romanticismo

que viene a corregir su sesgo dionisíaco. Este ambivalente paradigma está

presente desde el principio. Rousseau es salvajemente rebatido por el

decadente Marqués de Sade, que se encuentra a mitad de camino entre la

Ilustración y el Romanticismo. Blake, el hermano británico de Sade, se

responde a sí mismo: sus voces de la experiencia devoran a sus voces de la

inocencia. Y Wordsworth es secretamente refutado y minado por su colega

Coleridge, quien a través de Byron y Poe convierte el romanticismo en

Decadentismo en la literatura y el arte ingleses, americanos y franceses.

Rousseau y Wordsworth, con su amor por la naturaleza femínea, abren la

puerta de un excusado que San Agustín había cerrado a cal y canto. Por allí

asoman esos vampiros y espíritus nocturnos que todavía merodean el mundo

que vivimos hoy. Seguimos estando en el ciclo romántico iniciado por

Rousseau: el idealismo liberal, continuamente contrarrestado por la violencia,

la barbarie, la desilusión y el cinismo. La Revolución Francesa, que degeneró

en el sangriento Reino del Terror y terminó en la restauración de la monarquía

imperial de Napoleón, fue el primer experimento rousseauniano fracasado.

Rousseau cree en la bondad innata del hombre. La maldad surge cuando se

dan unos condicionamientos ambientales negativos. El niño santo de

Rousseau viene a ser confrontado por el infante agresivo y ególatra de Freud,

al que yo oigo y veo en todas partes. Pero el rousseaunismo sigue floreciendo

hoy en los asistentes sociales y expertos en la infancia, cuyas voces suaves y

risueñas suelen rezumar compasión y paternalismo.

En Las Confesiones, compuestas a la manera de San Agustín, Rousseau

dice que un incidente de su infancia modeló sus gustos sexuales adultos.

Tiene ocho años, e inadvertidamente se siente atraído sexualmente por la

mujer de treinta que le está pegando. Desde entonces, sus deseos han sido

sadomasoquistas: «Apoyar la cabeza en las rodillas de una mujer imperiosa,

obedecer sus mandatos y tener que pedirle mil perdones, eran para mí placer

inefable…». Es pasivo en el amor; las mujeres tienen que dar el primer paso.

[2]

Rousseau pone fin al esquema sexual ligado a la gran cadena de la

existencia, según el cual, el macho reinaba sobre la hembra. En el

Romanticismo, a diferencia del Renacimiento, las amazonas conservan su

poder. Rousseau lo quiere todo. Idolatrar a la mujer era algo natural y propio,

una ley cósmica. Por otro lado, se culpaba del retroceso masculino a la

coacción ejercida por las mujeres. En cualquiera de los dos casos, el dominio

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