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Sexual Personae - Camille Paglia

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Dickinson imagina la muerte como una pasividad obligada, como la

dolorosa obstaculización del movimiento. Le interesa el momento en el que

una persona se convierte en cosa, como en La última Noche que Ella vivió,

donde el pronombre desaparece en la última estrofa: «Y Nosotros —

colocamos el Pelo / Y enderezamos la Cabeza» (1100). Un ser humano acaba

de pasar al mundo de los objetos. Algunos de los poemas de la muerte ni

siquiera utilizan pronombre alguno: «Aquello estaba —al principio— tibio

como Nosotros». Esto, ello, aquello, dice de los moribundos (519). La

conciencia, el cuerpo, el sexo, se gelatinizan. La muerte en Dickinson es un

gran estado neutro. Una mujer muerta es una gélida vara fálica; un hombre

muerto es un árbol caído en humillante inercia. La muerte genera andróginos

estériles. A un cadáver se le ponen remaches porque es un objeto fabricado,

un androide. La célebre preocupación de Dickinson por la muerte es, por lo

tanto, una obsesión de hermafroditización, un motivo romántico en su fase

tardía decadentista.

Tanto los hombres como las mujeres se comportan con pasividad ante la

muerte, el visir de Dios. Esto aviva la sexualidad de Porque no pude

detenerme a esperar a la Muerte, una parodia del himno anglicano

Desciende, dulce carruaje. La dama secuestrada por su pretendiente siente

frío, «Pues sólo Gasa, mi Vestido — / Mi Esclavina sólo Tul» (712).

Empujada por el seductor hacia la tumba, la hablante se descubre

inapropiadamente vestida. Su delicada ropa de cuento de hadas representa el

conjunto de ilusiones cristianas de resurrección. Este personaje femenino es

universal, representa a la Humanidad. Es decir, la Humanidad es femenina

ante la muerte, ante el destino, ante Dios. También los hombres se ponen el

delgado vestido de las falsas esperanzas, travestidos por su propia credulidad.

Y también los hombres son violados por el amante embaucador, Dios/la

muerte. En ello resulta visible la riqueza con la que Dickinson viste a la

feminidad. Como en Sade o en Swinburne, Dios condena al hombre a una

opresión fascista y a la subordinación sexual. Incapaces tanto de avanzar

como de retroceder, los muertos permanecen en perpetuas tablas (615).

Declara Dickinson: «No vi Manera — Habían cosido el Cielo». La tienda

inhospitalaria del Dios beduino no tiene entrada (378, 243). Las víctimas de la

muerte, como los siervos caídos en las turberas, son repelentes andróginos,

castrados o virilizados en monumentos a Dios y a la indiferencia de la

naturaleza.

Página 761

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