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Sexual Personae - Camille Paglia

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la prehistoria y de la que se separan conceptualmente el judaísmo y el

helenismo. Más adelante, defenderé la tesis de que el Romanticismo restaura

el pasado arcaico de Occidente, divinizando ciertos mitos paganos perdidos o

eliminados. El incesto, el solipsismo erótico, aparece profusamente en la

poesía romántica. La masturbación, subliminal en Coleridge y Poe, emerge

claramente en los románticos posteriores, como Walt Whitman, Aubrey

Beardsley y Jean Genet, libidinosos soñadores solitarios. Khepri es el

andrógino como demiurgo.

El símbolo supremo de la religión de la fertilidad es la Gran Madre, una

figura del poder bisexual primitivo. Muchas diosas madres del mundo

mediterráneo se fusionaron indiscriminadamente en el sincretismo del

Imperio Romano. Entre ellas se incluyen la egipcia Isis, las cretenses y

micénicas Gaia y Rhea, la chipriota Afrodita, la frigia Cibeles, la éfesa

Artemisa, la siria Dea, la persa Anatu, la babilonia Ishtar, la fenicia Astarté, la

cananita Atargatis, la capadocia Mâ y las tracias Bendis y Cottyto. La Gran

Madre encarnaba el gigantismo y el desconocimiento de la naturaleza

primitiva. Provenía de un periodo anterior a la agricultura, cuando la

naturaleza parecía autocrática y caprichosa. La mujer y la naturaleza

mantenían una misteriosa relación armónica. El hombre primitivo no veía una

relación necesaria entre el coito y la concepción, ya que las relaciones

sexuales a menudo eran anteriores a la menarquia. Incluso hoy, los embarazos

son impredecibles y tardan meses en hacerse ver. La fertilidad femenina, que

seguía sus propias leyes, inspiraba miedo y admiración.

Aunque la mujer ocupaba un lugar central en el primer simbolismo, la

mujer real carecía de poder. Una fantasía recurrente en los escritos de ciertas

corrientes feministas es la de que hubo un matriarcado pacífico que fue

derrotado por los hombres, belicistas y fundadores de la sociedad patriarcal.

Esta idea empezó con Bachofen en el siglo XIX y fue adoptada por Jane

Harrison, el único error de aquella gran académica. No hay la menor prueba

de que haya existido matriarcado alguno en ningún lugar del mundo. No se

debe confundir el matriarcado, es decir, el gobierno político de las mujeres,

con la sociedad matrilineal, es decir, la transmisión pasiva de propiedad o

autoridad por línea femenina. La hipótesis del matriarcado, reavivada por el

feminismo americano, continúa floreciendo fuera de las universidades.

La vida primitiva, lejos de ser pacífica, estaba sumida en la turbulencia de

la naturaleza. La fuerza superior del hombre proporcionaba protección a las

mujeres, particularmente durante las fases finales del embarazo.

Probablemente la polarización de los papeles sexuales ocurrió bastante

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