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Sexual Personae - Camille Paglia

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Entonces se abrió la puerta, y entraron Mister Wilcox y Miss Wilcox, precedidos por dos

saltarines cachorros.

—¡Oh, qué lindos! ¡Oh, Evie, imposible encontrar nada tan dulce! —exclamó Helen,

poniéndose a cuatro patas. [35]

Es el contexto del formalismo británico lo que hace que esta escena

resulte cómica. El impasible mayordomo wildiano, guardián invisible del

decoro, es el muro del palacio contra el que golpea y rebota, cual pelota de

tenis, la estridente chifladura de Helen. El formalismo es la clave de la alta

comedia, un principio que se les escapa a los ineptos directores de Hollywood

de hoy en día. I Love Lucy, por ejemplo, cobra su fuerza en el hecho de estar

basada en las estrictas convenciones sociales de los años cincuenta. Así,

cuando May se sienta sobre el sombrero de Charles Boyer o le echa un chorro

de tinta, le destroza el abrigo o le golpea en la cabeza con la puerta, no resulta

divertido por las payasadas en sí mismas, sino porque abre una brecha en el

jerárquico decoro de Boyer. Sólo los británicos pueden crear todavía una alta

comedia de este tipo, debido a que su cultura sigue siendo persistentemente

formalista. En Foster, la energía reprimida de la norma social explota en la

forma de la reacción excesiva que provocan en Helen los indómitos

cachorros. Habla un lenguaje realzado, hierático y sin sentido. Es como si se

lanzara al infinito lingüístico pilotando el jet del epiceno inglés.

Nuestro siguiente ejemplo es Darling, la película de Frederick Raphael

ganadora del Óscar al mejor guion en 1965. La vivaracha Diana (Julie

Christie), recordando su meteórica ascensión social dice: «¡De repente estabas

allí!». Al igual que el arrebato de Helen, esta bocanada de efervescencia

británica tiene una apuntada estructura epigramática, cuyo clímax es una

especie de aguijonazo johnsoniano. Observemos el sentido de casta, y la

desapegada impersonalidad británica de ese «estabas» impersonal (en lugar de

la primera persona, «yo estaba»). Las barreras apolíneas de la forma y el

contenido apenas logran contener el agitado torbellino social que encierra la

frase en inglés («Suddenly one felt madly in!»), donde «madly» muestra la

extravagancia epicena del discurso «in» (a la moda). Un colaborador en el

estudio de la cultura de las clases altas británicas llevado a cabo por Nancy

Mitford observa que, al igual que en el siglo XVIII, la conversación de la clase

alta está salpicada de adjetivos vehementes y extremos (espantoso, horroroso,

desastroso y nauseabundo), los cuales, sin embargo, no se deben tomar más

al pie de la letra que las palabrotas tan libremente utilizadas por los soldados.

[36]

En el salón se sensacionalizan todas las emociones. El lenguaje se recarga

a fin de significar menos. La ironía final de la frase «one felt madly in» es que

el «in» (que literalmente significa «dentro») ha invertido burlonamente su

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