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Sexual Personae - Camille Paglia

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personajes spenserianos, de definidos contornos apolíneos. La castidad suele

ser una estrategia para vencer a las fuerzas ctónicas; lo extraño es que Balzac

la combina aquí precisamente con esas fuerzas. Bette se convierte en un

«diamante negro», en una «Virgen bizantina», cuyo «talle inflexible»

recuerda a los dioses de la escultura egipcia. Es «un bloque de granito,

basalto, o pórfiro que anda». Condensándose a sí misma en un objet d’art

apolíneo, imita a la sociedad para entrar en ella y perturbarla. Los apolíneos

cristales de hielo de Seraphita se convierten en el amoral diamante negro de

La Prima Bette. La primaria agresividad de Bette nubla la mirada occidental

conceptual. Aunque sale de una novela social, resuena en ella lo arquetípico,

porque es un resuelto andrógino romántico.

Balzac siempre quiso pertenecer a la aristocracia y, de hecho, añadió a su

apellido el «de» a fin de ennoblecerlo. Tal vez deseaba identificarse con Henri

de Marsay, árbitro jovial de la moda parisiense. De Marsay, Eugène y Lucien

deberían pertenecer al mismo grupo de «personas del sexo». Estos

carismáticos efebos balzaquianos, con un toque femenino todos ellos,

representan lo mismo que las apolíneas amazonas Belphoebe y Britomart

representaban en Spenser. Son visionarios ideogramas de la aristocracia, de la

fría belleza del rango y la cuna. Balzac, una especie de centauro mesomórfico,

proyecta estas elegantes figuras ectomórficas como criaturas de un sueño de

una jerarquía onírica. Los desafortunados Lucien y Wenceslas parecen tener

un temperamento artístico, sensible e impresionable. Pero no son

balzaquianos. Irónicamente, sus toscos andróginos femeninos están más cerca

de él, tanto por su cuerpo como por su espíritu. La prima Bette tiene su fuerza

muscular y su tenacidad, y es a través de ella como transmite su teoría de la

conservación de la energía por la renuncia al sexo, una teoría que él llevó a la

práctica en la vida real. De ahí que todos estos andróginos sean una especie de

autorretratos de Balzac; los unos espejos de los otros, como las dos mitades

perceptuales de Seraphitus/Seraphita. El andrógino masculino es una fantasía;

el femenino, la realidad.

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