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Sexual Personae - Camille Paglia

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amanerado habita el ámbito del salón, de la sala de estar, y recrea ese mundo

adondequiera que vaya con sus modales y su forma de hablar. El salón es un

círculo abstracto donde lo masculino y lo femenino, como si fueran cifras

matemáticas, son iguales e intercambiables. La personalidad se convierte en

una máscara formal que no se puede diferenciar sexualmente. Hablando de

los salones del siglo XIX, Rousseau dice que en París cualquier mujer puede

reunir en su salón un harén de hombres más femeninos que ella misma. [3] El

salón es un corrillo político, una ciudad-Estado o un foro en el que funciona

una economía de trueque sexual.

La elegancia, que es el principio dominante del salón, dicta que todo

discurso debe ser ingenioso, simétricos los turnos de conversación,

estableciéndose unos diálogos rápidos y maliciosos. Pope se quejaba de que

lady Mary Wortley Montagu y el epiceno lord Hervey tenían «demasiado

ingenio». Percibió la gélida crueldad del beau monde, para el cual no existe el

discurso moral, que da prioridad al mundo interior sobre el exterior. Sartre

dice con respecto a Genet: «La elegancia es esa cualidad de la conducta que

es capaz de transformar la mayor cantidad del ser en parecer». [4] El salón,

igual que el petrificado mundo objetual que venera el esteta, es un espectáculo

de superficies deslumbrantes. Palabras, rostros y gestos se exhiben en

fogonazos de intenso glamour. Aunque juega con la idea del hermafroditismo

espiritual, Pope aborrece esa figura del andrógino amanerado y la satiriza en

las bellas amazonas y los galanes afeminados de El rizo robado. El salón esta

poblado de sofisticados eruditos, conocedores de la Antigüedad clásica, pero

la rapidez de su discurso y su adoración de lo efímero inhiben toda

deliberación, toda reflexión, rompiendo así temerariamente con el pasado.

Pope debería haber dicho, si la palabra hubiera existido entonces, que el salón

era demasiado chic. El andrógino amanerado —el hombre femenino en su

negligente y ociosa pasividad y la mujer masculina en su brillante y agresivo

ingenio— tiene la pulcritud pagana de lo chic.

Antes de que se truncase su carrera, Wilde ya se había ido decantando por

una estética modernista. El Modernismo, por entonces en la cúspide de la

popularidad decorativa, es una fase tardía de la historia del estilo, análoga al

Manierismo italiano. Kenneth Clark, hablando de las aerodinámicas figuras

manieristas de Cellini y Giambologna, observa lo siguiente:

La diosa del manierismo es el eterno femenino del figurín. Un sociólogo no dudaría en dar

una respuesta inmediata a por qué las personificaciones de la elegancia deben adoptar esta

forma en cierto modo ridícula: unas manos y unos pies demasiado finos para el trabajo

honesto, unos cuerpos demasiado delgados para el parto y unas cabezas demasiado pequeñas

para contener un solo pensamiento. Pero las proporciones elegantes pueden encontrarse en

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